Junto a una pareja amiga decidimos pasar una temporada de vacaciones
fuera de Argentina, necesitábamos oxigenarnos de los problemas que acosan a
todos.
Elegimos una playa paradisíaca, el haber convivido durante
tantos años al lado del mar nos impedía elegir otro sitio que no fueran playas.
Necesitábamos sumergirnos en
aguas no solo límpidas, también tibias.
Paisajes marítimos que permitieran otorgarle color a nuestra
piel, conseguir un bronceado de película.
Dos matrimonios que viajaban llevando en sus maletas sueños
a cumplir.
Desde el principio supimos que alquilaríamos propiedades
contiguas frente al mar, la intención era alejarnos de los horarios que imponen
los establecimientos hoteleros, la idea era dedicarnos a disfrutar.
Las casas no podían ser más bellas, con las mismas
comodidades, habitaciones por donde el sol filtraba sus rayos.
Cocinas espectaculares dotadas de todo el confort necesario.
También se podían contratar asistentes que nos ayudaran en
la preparación de las comidas y mantener las casas en orden.
Los más chicos sabían que debían mantener sus cuartos habitables
para ello contarían con nuestra ayuda, era la única imposición que tuvieron
antes de emprender un viaje soñado.
En los subsuelos de las dos propiedades había instalada una
bodega también un cuarto amplio con
literas, faroles con gas envasado, una pequeña cocina y heladera provista de
todo lo necesario en caso que se presentara imprevistamente la llegada de un
huracán.
Tratábamos de no penar en esa visita impredecible.
Disfrutamos las horas compartidas, los más pequeños hicieron
amigos rápidamente, el tiempo se escurría como la arena blanca que tomábamos
con los puños y dejábamos se deslizara por las manos.
La noche anterior a la tragedia la luna brillaba en el cielo
azul profundo, parecía un globo plateado con escoriaciones en la piel
producidas por la crueldad del tiempo.
Los noticieros interrumpían la programación, el huracán
Betina estaba aproximándose.
Los dueños de las casas acostumbrados a tales eventos
tapiaron puertas y ventanas, decidimos pasar juntos la inclemencia del tiempo.
Entre los jirones de las nubes se podía observar un trozo de
cielo azul.
Perturbaba mirarlo parecía el ojo de una mujer despiadada.
El viento comenzó a rugir cada vez con más fuerza, las olas
se elevaban a una altura difícil de medir.
El mar se alejaba dejando huecos en la playa no sin antes haber
arrasado con todo aquello que encontraba en ese sendero endemoniado.
La copa de los árboles se inclinaban como pidiendo perdón
ante lo desconocido.
No puedo calcular cuanto tiempo fuimos presos del terror,
las tejas de los techos se quebraban en las maderas que protegían los cristales
de las viviendas.
En un instante la tempestad borró la alegría para instaurar
el terror.
Tratamos de tranquilizar a los niños.
Con cuentos y canciones entrecortadas por la angustia
logramos conciliaran el sueño.
Al día siguiente todo había pasado, Betina había descargado
toda su furia, agradecimos estar vivos.
Los servicios de electricidad se fueron restableciendo con
el correr de las horas, solo hubo una víctima fatal.
Iván, el hijo de un vecino decidió desafiar las olas con su
tabla de surf, en la orilla aferrado a un árbol lo esperaba su hermano Marcelo.
Nunca recuperó la sonrisa, Marcelo vio como una gigantesca
ola engullía a su hermano.
Una y mil veces contó a los medios que en el instante fatal,
Iván entre la espuma furiosa le sonreía.
La búsqueda fue incansable.
Han pasado diez años de aquel episodio funesto, supimos que
Marcelo recibió apoyo terapéutico a lo largo de muchos años.
Hoy enciendo la computadora, como siempre leo los diarios,
por aquella zona idílica han pasado muchos huracanes.
Marcelo siempre se sintió responsable de la muerte de su
hermano.
Pasó varios meses en un instituto para enfermos psiquiátricos.
Recibió la mejor atención médica.
Nadie puede explicar como escapó del lugar de internación.
La guardia costera encontró el cuerpo, Marcelo murió
ahogado, en su rostro inerte se dibujaba la misma sonrisa que tenía su hermano
al momento de ser atrapado por el agua.
http://www.youtube.com/watch?v=vIgX450Rd68
2 comments:
Se dice que el diablo suele eligir el paraíso para cometer sus peores fechorías... En este caso, un huracán que siguió azotando por años en el alma de un niño.
Excelente relato. Fue un placer leerlo.
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