Aparecieron en la
Ciudad hace pocos meses.
Con su histrionismo artístico hacían las delicias de los
habitantes de este sitio salido de las páginas de un cuento y también de los
turistas que suelen arribar desde los lugares más remotos del mundo con el objetivote
conocer nuestras bellezas naturales.
A los integrantes del teatro callejero no los detenía el
clima gélido.
Brindaban el espectáculo guarecidos debajo de los toldos de
los comercios de la zona.
Convocaban mucha gente, son espontáneos y brillan, no solo
por su belleza sino por ese fuego sagrado que tienen los artistas.
En lugar de utilizar el clásico sombrero para que los
asistentes dejaran lo que pudieran armaron un buzón sin tapa al que bautizaron “Receptáculo
de los sueños”
Pintado de color rojo parecía agradecer cada billete que dejábamos.
Juntaban monedas o billetes todo era bienvenido para que las
utopías se convirtieran en realidad tangible,
Acompañábamos con aplausos de manos desnudas, desprovistas
de guantes las represtaciones.
Era un deleite disfrutar las improvisaciones que hacían
sobre la marcha sin perder el hilo conductor de la obra que representaban para
todos los que quisieran pasar un momento grato, momento donde lograban se
olvidaran las penurias que suelen azotar al mundo moderno.
Al principio actuaban solo los fines de semana, fue tan
amplia la repercusión que decidieron agregar funciones.
Ellos también tenían anhelos, anhelos que cristalizarían dos
años después.
Sueño de tener un espacio cerrado con calefacción incluida,
un lugar donde se pudiera compartir una copa o un sencillo café, sueños de
artistas natos.
Los teatros de la ciudad les ofrecían sus espacios a un costo lindero
con el abuso.
El verdadero artista sabe situarse en la realidad, si bien
habían ahorrado lo suficiente para alquilar un sitio, no querían perder el público
cotidiano.
A todos trataban con igual deferencia, no les importaba si
dejaban dinero local o extranjero.
Era público que los seguía, a ellos brindaban su arte.
Vivían en una propiedad que alquilaban, sabedor de sus
inquietudes el dueñote la vivienda les ofreció un local ubicado en el subsuelo
de una galería apartada de la región urbana.
Acondicionaron el sitio, las paredes lucían a nuevo, pintura
renovada.
En las paredes colgaron reproducciones de cuadros famosos,
en otras obras propias.
Compraron en una demolición varias mesas, las sillas fueron
retapizadas, los manteles fueron obra de las mujeres las que se ocuparon que en
cada una de ellas no faltaran los clásicos
centros de mesa.
Copas espigadas sostenían las lágrimas de cera de las velas,
alrededor flores silvestres que encontraban al pie de la montaña.
Todos los vecinos fuimos invitados a la inauguración.
Ese atardecer mágico vestido de púrpuras y rosados, apenas
recibiendo los primeros destellos de la luna, no cobrarían entrada.
Para incentivar el flujo de asistentes ofrecían un premio
sorpresa.
La adaptación de “Los Miserables” del reconocido Víctor Hugo
fue grandiosa, la puesta impecable con trajes de época, con mayor valor dado
que los habían confeccionado con esfuerzo.
Las voces asemejaban a un coro de ángeles, todo era
perfecto.
Disfruté de la puesta en compañía de amigas.
Nos ubicamos en la tercer mesa, ni muy cerca ni muy lejos
del escenario.
Finalizada la obra los aplausos se multiplicaban, al ser en
un subsuelo aquellos tenían una resonancia especial.
Trajeron a escena el viejo buzón de los sueños, en su
interior estaban los tickets de las entradas.
Fui agraciada con el sorteo, un viaje especial que no
demandaría mucho tiempo, les aseguro que para mi fue como ingresar a la
eternidad misma.
Descendí hasta el segundo subsuelo que ninguno de los
presentes, tampoco los artitas conocían su existencia.
La luz menguaba en intensidad, no podía distinguir el género
de seres amorfos que esperaban en cuclillas extendiendo las manos entre
tinieblas.
Como cualquier mortal sentí angustia al caminar entre
brumas, escuchaba quejidos, sollozos.
El corazón galopaba en mi pecho, lejos de correr escaleras
arriba seguí descendiendo.
Mi intuición indicaba que allí no había niños.
Bajé los últimos escalones con sumo cuidado.
La voz metálica que cantaba letanías era inconfundible, no
la olvidaría mientras viviera.
Un sentimiento de piedad se apoderó de mi alma, debía huir pipara
reencontrarme con mis seres queridos.
Subí como una enajenada los escalones que me separaban del primer
subsuelo.
Abracé a mis amigas sin poder contener el llanto.
Han pasado varios días desde que ocurriera ese episodio tan
cercano a lo siniestro.
Sirvió la experiencia, hoy puedo contarla como una anécdota.
Aprendí mucho, quizás demasiado.
Aprendí a amar el arte en si mismo, aprendí a no condenar al
inocente, aprendí que si las penas se comparten y se brinda ayuda oportuna esos
seres dolientes que habitan misterios insondables, no existirían.
http://www.youtube.com/watch?v=4ovi2zOF8_Q
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