No es natural o habitual que casi al finalizar el año caigan nevadas tan copiosas como la que se produjo
comenzado el atardecer de un quieto día de diciembre.
Diciembre de noches cortas.
En los albores del verano las luces del alba despiden las
noches claras, pareciera que están apuradas para mostrar su belleza.
Presurosa la noche se retira a sus aposentos celestiales con
su atuendo negro.
Las primeras luces del alba tiñen de colores rosados el
firmamento.
Cielo diáfano anticipa una jornada tranquila.
Boris vino a estas tierras alejado de la suya por los
disparates de una guerra.
Buscaba un lugar que le hiciera recordar a su tierra amada.
Durante el viaje no departía con los otros viajeros, conocía
el idioma de la que sería su patria adoptiva.
Sabía que debería buscar trabajo ni bien bajara la
escalinata del barco, sus ahorros le permitirían vivir cómodamente por un lapso
de tres meses.
Alojado en una pensión frente al río de aguas color de león,
su imaginación volaba a orillas del Volga, el río más caudaloso de su patria
querida.
El corazón comenzaba a latir rápidamente cuando recordaba a
Irina.
Con ella había pasados los días más felices.
El destino no les dio tiempo para concebir hijos, hijos fruto
del amor más grande que un hombre puede sentir en su paso por la vida terrena.
La guerra sin sentido solo daba a luz terror, terror que se
multiplicaba a una velocidad inesperada.
De Irina lo enamoró no solo su belleza caucásica sino sus
valores de mujer.
Sin dudas no pasaba desapercibida por más que su atuendo
siempre fuera de color negro, tan negro como los pensamientos de quienes habían
iniciado el conflicto bélico.
Ocultaba su dorada cabellera debajo de una manta oscura, con ello lograba se destacaran el
color de sus ojos celestes como el agua del congelado mar Ártico.
Mirada cristalina a la que el frío siempre le arrancaba una
lágrima
¿Qué decir de su rostro?
No había palabra certera que pudiera calificar tanta belleza, boca insinuante del color de los rubíes que la época siniestra le impediría conocer.
No había palabra certera que pudiera calificar tanta belleza, boca insinuante del color de los rubíes que la época siniestra le impediría conocer.
La atracción fue mutua, no tardaron en consagrar el
matrimonio.
Se amaron de manera indescriptible pese a las circunstancias
que vivían.
A orillas del Volga construyeron el hogar que los alojaría.
Compraron animales que Boris vendía en el mercado de la Ciudad más cercana.
No necesitaban lujos, el amor que se prodigaban cubría los
faltantes.
Boris se despidió de su mujer amorosamente.
Se dirigía al mercado, sabía que por la calidad de sus
animales recibiría una buena paga.
Era el momento preciso de llevarle a Irina un cintillo de
rubíes, rubíes semejantes a la boca de su esposa en la que tantas veces había
abrevado su amor sediento.
Mientras tanto ella cocinaba para el amor de su vida.
Celebrarían con buen vino los días de amor compartido.
Boris regresaba
montado en un caballo a su casa, en el bolsillo del chaleco guardaba el
anillo.
El potro en un instante se detuvo, instante en el que solo
se escuchaba el sonido de las bombas asesinas.
Boris enlazó el caballo a un árbol, comenzó a correr desesperadamente
hacia su casa.
Las esquirlas de un explosivo habían herido mortalmente a su
mujer.
Acompañó su agonía.
Finalizados los funerales los restos de su amada esposa
fueron cremados.
Guardó las cenizas, el absurdo comportamiento de los
hombres sin corazón habían convertido a su mujer en despojos.
Nada tenía que hacer en la casa.
La huída era el único camino.
No viajaría solo, las cenizas de Irina lo acompañarían
mientras viviera.
Boris era un visionario, al ver la ciudad de la patria nueva
se dio cuenta que no era un sitio para pasar el resto de sus días.
Arrendó un campo en suelo sureño.
El negocio funcionaba de maravillas.
El ganado lanar era de óptima calidad.
La soledad siempre sería su compañía, el recuerdo de Irina
era constante.
La fortuna acumulada le permitió no trabajar más.
Construyó una nueva chacra en una zona inhóspita frente a
otro mar.
En el salón principal un altar contenía la urna con las
cenizas de única mujer que había amado en su vida.
La nevada extemporánea precipitó los acontecimientos.
Fue de tal magnitud que arrancó de los árboles los brotes de
primavera.
Los cristales de los ventanales vibraban.
El viento rugía con gritos atronadores.
El cielo había mutado a negro como el ropaje de Irina.
Saetas violetas cruzaban el firmamento, iluminando la casa.
Los truenos gritando eran un tormento, pensaba en el pedido
de auxilio de su esposa.
Encendió un habano, rápidamente se dirigió al cuarto de
herramientas.
De un tractor extrajo combustible.
Abrazó la urna con los restos de su amada, procedió a destaparla en el mismo minuto que la casa se convertía en llamaradas.
Llamaradas del mismo color de los rubíes que tenía el
cintillo que aún guardaba en el bolsillo de su chaleco.
Lloró hasta que las llamas consumieron su cuerpo.
Por fin volvería a compartir la eternidad con ella.
http://www.youtube.com/watch?v=L18b3UQQ49I
1 comment:
Mi querida Sonia:
Hoy abri este tu blog y sabes que es sencillamente maravilloso...tienes una manera tan bella de escribir, que hace que los que leen viven la historia como propia...transportas la realidad a lo escrito y vives lo escrito, como siempre mi querida amiga chapeaux
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