Los abuelos repartieron en vida su inmensa fortuna.
Era la única manera de evitar posteriores discusiones entre
los herederos..
Cada uno de sus hijos recibiría una casa, lo mismo que sus
cuatro nietos.
Propiedades ubicadas en distintos lugares del mundo era su
voluntad y debían aceptarla.
Quien no estuviera conforme con lo recibido podía vender o legar
a otros los bienes.
Esos otros también habían sido elegidos por los ancianos,
quien despreciara la herencia tenía la obligación de cederla a instituciones
que albergaran niños desamparados..
Mery y Michel se habían conocido en Escocia,, ella era menor
de edad por lo que tuvo que obtener el permiso de sus padres para contraer
matrimonio con ese hombre tan apuesto.
Alto, fuerte de cabellos negros y ojos tan azules como los
zafiros.
Las obligaciones de Michel lo retenían mucho tempo en Londres.
Esas estadías tan extensas fortalecían el amor que se
prodigaban.
Cuando supieron que estaban esperando el primer fruto de un
amor profundo decidieron mudarse a una mansión en las afueras de Londres.
La feliz pareja trajo al mundo cuatro hijos varones,
desistieron de buscar una niña, tomarían como hijas a las mujeres que aquellos
en el futuro eligieran como esposa.
Michel no le temía al trabajo, el estudio de arquitectura
funcionaba de maravillas, todos sus esfuerzos estaban dirigidos a dejarles un
buen pasar a sus herederos.
Todos cursaron los estudios en los mejores colegios.
Por las tardes los profesores asignados los preparaban en
idiomas, así fue que con el tiempo todos dominaban a la perfección cuatro
lenguajes diferentes.
Mientras los jóvenes estudiaban la pareja se dedicaba a
abrir otras sucursales del estudio en diversas partes del mundo.
Regresaban a Londres para el casamiento de sus hijos o el
nacimiento de sus nietos.
Tuvieron a suerte de asistir al enlace de tres de los cuatro
nietos.
Nicolás el menor dedicaba sus días a la pintura, dominaba
todas las ramas del arte si bien telas y lienzos eran sus preferidos.
Beneficiado por la naturaleza era un hombre por la que
suspiraban mujeres de todas las edades, mantuvo varios romances ninguno tan fuerte
como para elegir una mujer que lo acompañara el resto de sus días.
Un episodio trágico los reunió en Londres debían despedir a
los abuelos que habían fallecido en un hecho confuso.
Depositaron los ataúdes en la misma cripta, la ceremonia fue
sencilla y privada.
Esa misma tarde concurrieron al estudio del notario, cada
uno recibiría la parte de la herencia que los ancianos habían decidido en vida.
Todos estuvieron de acuerdo con la cláusula especial,
prestaron conformidad y cada nieto partió al destino fijado.
En soledad y preso de una tristeza infinita abordó el avión,
no sabía si alguna vez su vida de bohemio le permitiría encontrarse con su
familia, los amaba como solo un hijo puede querer a sus padres aún cuando su
debilidad era la abuela Mery, con ella podía hablar de otras de sus pasiones,
las manifestaciones de los cuerpos celestes.
Tenía varios cuadros de la luna en sus distintos estadíos, solo
la delicadeza de su alma de artista podía captar los distintos colores que
presentaba según hiciera frío o calor o de acuerdo a lo que su pródiga
imaginación le dictara.
El tubo que contenía las telas viajaba con el equipaje de
mano, él sería el único custodio de sus lunas..
En las afueras del aeropuerto lo esperaba el mayordomo que
lo llevaría a su propiedad.
Solícito acomodó el equipaje, no entendió porqué el muchacho
no se desprendía del tubo de cuero.
Desde el exterior la mansión era imponente, de piedras grises,
en la parte superior supo que había cuatro habitaciones, cada una estaba identificada
con una torre, otorgándole aspecto de castillo.
El parque que la rodeaba estaba bien cuidado, el aroma a
fresias invitaba a ingresar a la casa.
En la entrada el gran salón estaba presidido por un hogar,
al lado un arcón de roble oscuro, como único adorno en la tapa tenía el escudo
de la familia..
Mientras el personal subía las maletas, abrió la tapa del
mueble.
La sorpresa fue grande, en el interior había otros tubos
conteniendo pinturas que revisaría después de la cena.
Mientras ingería los alimentos pidió que el arcón fuera
llevado a su dormitorio.
Concluida aquella se despidió de todos amablemente.
Subió a su habitación.
Comenzó a destapar los tubos, extendiendo las telas sobre la
amplia cama con dosel.
Las pinturas eran lunas demasiado parecidas a las que Nicolás
pintaba.
En una de ellas se podía observar nítidamente el rostro de
Mery.
El llanto fue incontenible, se preguntaba quién había
pintado esa luna.
Mientras recordaba a Mery una leve brisa se formó en la
habitación, el perfume de rosas blancas se intensificaba cada vez con más
fuerza.
La emoción lo embargaba, cerro los ojos para guardar en su alma el momento
vivido.
Pudo sentir claramente el abrazo de su abuela, Mery le pedía
que se transformara por ella en custodio de la luna.
No fue una ensoñación, era una sensación latente.
Como antes su abuela acompañaría a su nieto predilecto en
esta etapa que iniciaba.
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