Ela es cantante lírica, en apenas un mes comenzará su gira mundial.
Está preocupada, una bronquitis la aqueja desde hace tiempo, el clima húmedo de Londres no ayuda a su recuperación.
Con su amiga Liz deciden poner distancia del acoso diario del representante de Ela.
Elegirán viajar a Italia donde en primavera el clima es más benigno.
Al ser una artista reconocida a nivel mundial, no pueden viajar en un vuelo común, ambas desean que el viaje permanezca en secreto.
Liz diseña un plan que no puede fallar, alquilarán un jet privado.
Saldrán desde un aeropuerto alternativo.
El comandante de la nave las ayudará.
Al llegar, Liz alquilará un auto para dirigirse al hotel elegido.
Solo se encuentra disponible para los días que necesitan un sedán descapotable, no es lo que buscaban más no tienen otra opción que arrendarlo por diez días.
El sitio en el que se albergarán se ubica a doscientos kilómetros de la pista de aterrizaje.
Convienen en turnarse para manejar.
Tomarán por la ruta costera, el paisaje es majestuoso.
Frondosos árboles dejan ver el azul cristalino del mar.
Los gorjeos de los pájaros se escuchan en plenitud.
Pocos kilómetros antes de llegar divisan el hotel.
Se trata de una construcción alejada de la ciudad, erigido sobre un acantilado.
Minutos antes de arribar la brisa que las acompañó en el trayecto se convierte en viento feroz.
El pañuelo blanco de Ela comienza a cubrirse de pequeñas partículas de arena roja, algunas son filosas, llegan a lastimar la piel.
Siroco hace su aparición.
Stella las recibe con cariño
En su dificultoso inglés les informará que el viento rojo viene desde el desierto de Sahara.
Sabe que sus clientas necesitan privacidad.
Las alojará en un ala del hotel que está deshabitada.
Juntas atraviesan enormes jardines.
Columnas renacentistas sostiene una pérgola, allí pueden desayunar.
Siroco convocó a las nubes, no se ven los destellos del sol, grises con su cresta blanca, las olas mueren en la playa.
Las flores están cubiertas de cristales rojizos, pese a su voluptuosidad Siroco es un viento cálido, nadie sabe a ciencia cierta cuanto tiempo permanecerá, pueden ser horas o días.
Las visitantes ingresan a las habitaciones, cómodas, con techos abovedados que lucen pinturas en tonos pastel, un deleite para la vista.
Al abrir los placares encontrarán un papel con letras rojas.
Dice :” Ustedes me ven por primera vez, no está en mi esencia provocarles daño.
Vengo desde el desierto, mi atuendo colorado provoca inquietud.
Ni yo mismo sé a que atribuir el color.
Les deseo una estadía placentera, pronto abandonaré el lugar.
Como una llama encendida visitare otros sitios de la costa cumpliendo con mi destino
Olvidé decirles que soy Siroco, el viento rojo.”
Sorprendidas las pasajeras doblan el papel, lo guardarán como un recuerdo especial en los bolsillos de la maleta, jamás habían pasado por una situación parecida.
Ambas recuerdan haber estudiado en geografía de la escuela secundaria, el nombre de los vientos que vienen del desierto, ninguna recuerda a Siroco.
Ordenarán el almuerzo en la habitación.
Duilio el mozo del hotel les trae frutos de mar preparados de manera exquisita.
Mientras sirve les contará que al final del pasillo encontrarán una puerta, lleva a una escalinata de piedra que conduce a una playa privada.
En fluido idioma inglés les explica que esa propiedad perteneció a un religioso, ahora entienden el motivo de los frescos que adornan los techos, el tipo de edificación casi circular.
Desde las balaustradas del balcón el paisaje es espectacular.
El viento ha menguado su intensidad.
Al despertar la mañana se presenta diáfana, Siroco ha cumplido con su promesa.
Ha dejado calidez y quietud.
El mar calmo invita a sumergirse en él.
Pasarán días tranquilos, Ela ejercitará su voz, el malestar ha desaparecido por completo.
Han disfrutado de un tiempo espectacular.
Los cuerpos de las muchachas están dorados por el sol.
Es hora de preparar las maletas para emprender el regreso, en un mes Ela ofrecerá un concierto en Hamburgo.
Al preparar el equipaje notan el faltante de la nota enviada por Siroco, en su lugar hay unas pequeñas rosas blancas, los frágiles pétalos están vestidos con pequeñas partículas de cristales rojizos.
Ambas guardarán en sus almas y retinas el paso fugaz del viento rojo.
Siroco ha partido, ellas también.
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