Se preguntaba en qué lugar morirían las palabras, encontró
la respuesta al leer una pregunta que se refería a los misterios de la muerte.
Supo desde ese instante que no es esa mujer enigmática quien
las sepultaba.
No, ella no podía llevarse las palabras como hace con los
cuerpos humanos o cualquier ser viviente.
Las palabras quedaban suspendidas en un espacio difícil de
definir para quienes habían hecho un culto a la soledad.
Ese sitio existía en algún lugar de la mente y dura una
eternidad.
No obstante resultaba una tarea casi imposible tratar de
comunicarse con alguien que no es visible a los ojos.
Buscó mil maneras de concretar su deseo.
En ocasiones el llanto le impedía pensar con serenidad hasta
que decidió hurgar en cada recuerdo tratando de hallar momentos de paz.
Ardua es la tarea de quien anhela resignación, más ardua la
de aquel que no desea resignarse sino encontrar respuestas a cada inquietud.
En segundos la vida dio un vuelco espectacular, tanto que no
tomó conciencia que había asistido al final.
Al final de la vida terrena, comienzo de otras vidas en
otros planos de los que muchas veces había escuchado hablar.
No le resultaba fácil enfrentar la soledad.
Soledad que se había instalado sin pedir permiso, de manera
brutal.
Soledad que comenzó a advertir cuando sostenía la mano de la
persona que había sido su compañero en la ruta de la vida.
Quiso enfrentarse al final, detenerlo.
Pasados varios días la volví a ver caminando por una calle
cualquiera.
El paso inseguro.
Parecía que el destino había tomado parte de su propio
cuerpo.
La noté más pequeña, quizás fuera la debilidad de su andar.
La mirada perdida mirando sin mirar.
Mirada embargada por la tristeza.
Tristeza que añora, días que no volverán.
Días donde las nubes se amontonan en el cielo a punto de
estallar.
Mientras la observaba buscaba el trino de los pájaros que
anuncian el regreso a sus nidos.
El mutismo era absoluto.
Me pareció que sus ojos buscaban algo determinado, no pude
definir qué.
Una lágrima cansada recorría su mejilla.
Seguramente los recuerdos volvían a tallarle el alma.
Otra vez la soledad y el silencio formaban un círculo
sigiloso.
En el centro de la figura estaba contenida la silueta de la
mujer.
No tenía escapatoria, muda aceptaba la cruel realidad.
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