Lucila y Federico se conocieron en el jardín de infantes.
Amigos inseparables tanto en la vida como en los juegos.
Fede como ella lo llamaba se preocupaba por el bienestar de la niña.
Desde ese instante juraron que jamás se separaría porque eran hermanos de la vida.
Ambos eran hijos únicos.
Crecieron unidos como los pájaros que inician su vuelo en el mismo momento.
Se necesitaban, consultaban no solo para las materias escolares sino también para el desarrollo de sus vidas.
A medida que transcurría el tiempo la amistad se fue fortaleciendo.
Juntos ingresaron a la misma universidad si bien habían optado por carreras diferentes.
Ella eligió Historia del Arte, Federico se convertiría en un excelente cirujano plástico.
Se veían cuando coincidían los horarios de descanso entre una materia y otra.
Lucila se había convertido en una mujer de una belleza exótica.
Cabellos renegridos y lacios, piel blanca, tersa como la porcelana.
La curva de las cejas eran el marco perfecto para los ojos claros de un tono parecido al gris del cielo cuando las nubes comienzan a danzar con la intención de ocultar el sol.
Figura de diosa pagana, todos admiraban su andar.
De risa contagiosa se convirtió en la alumna más popular de la universidad, eso no fue motivo para que descuidara los estudios.
Todos querían agasajarla, contar con la presencia de tan bonita mujer en cualquier evento.
Federico no tardaría en enamorarse de la bella muchacha.
El destino quiso que nunca confesara sus sentimientos, jamás comprendió que inhibía su mente para darle rienda suelta a los latidos de su corazón.
Estaba próxima la fecha de los finales.
El alumnado estaba abocado a terminar la carrera con el mismo ritmo que la había comenzado.
Temporalmente se habían suspendido los eventos sociales.
La intención era alcanzar la meta de la mejor manera posible.
Tarde de verano nublada.
Federico está instalado en el jardín interno de su casa.
Al borde de la pileta y refugiado en las sombras que daba el añoso árbol decidió que ese día no concurriría a clases.
Llamó a Lucila para comunicarle la novedad.
Casualmente ella había decidido faltar para rendir una final brillante.
Solo tenía que pasar a buscar al atardecer el vestido que luciría en la gala de fin de curso.
El muchacho se ofreció a llevarla en su auto, le serviría para despejarse y alejarse un poco de los libros.
Lucila un tanto distante prefirió ir sola.
Federico relacionó la reacción a la cercanía con los exámenes.
Ella era una experta conductora.
La ruta estaba desolada, hacía calor, la inminencia de la lluvia se notaba en el color plomizo del cielo antes azul.
No dudó en apretar el acelerador.
Podía permitirse ese gusto ante la falta de tránsito.
Sin saber como mordió la banquina.
La camioneta comenzó a dar tumbos sobre si, tres vuelcos en donde Lucila estuvo conciente para cubrirse el rostro y rezar.
El ulular de las sirenas interrumpió la quietud pueblerina.
Todos hablaban del accidente.
Con el corazón quebrado Federico concurrió al hospital.
Lucila necesitaría varias cirugías en una de sus piernas.
Las fracturas expuestas revestían gravedad.
Federico aplazo las final de su carrera hasta que su reciente amor estuviera recuperada.
No le importaban los meses que demandaría su completa sanación.
Lucila fue sometida a varias operaciones, Federico estuvo presente en todas, no solo para acompañarla, la intención era confesarle el amor sincero que sentía desde hacia mucho tiempo.
No se animó.
Lucila recibió el alta médica, rindió su examen final, permanecía sentada en la silla de ruedas cuando la nota más alta en años fue para ella.
A partir de ese momento su carácter mutó, de ser alegre y comunicativa, se convirtió en un ser sumamente reservado.
Su mirada transparente graciosa paso a ser hielo que helaba la sangre.
Sin posibilidades y ya recibidos sobrevino una separación no buscada, surgió como el agua de cualquier manantial.
Lucila se sometió a varias operaciones con la intención de revertir su dificultad para caminar.
Federico opto por radicarse en Boston.
Se convirtió en el mejor cirujano plástico latinoamericano.
Perdida las esperanzas con el amor de toda su vida, conformó una familia.
Quería y respetaba a su mujer, tuvieron dos hijos maravillosos, Federico sabía que nunca sentiría amor por su compañera de vida, la respetaba.
Los niños eran su descarga.
Las actividades que podía elegir le permitían llevarlos al colegio.
La música le recordaba permanentemente a Lucila, lo acompañaba en las largas guardias del hospital donde había sido nombrado director del departamento de su especialidad.
Una noche de espera llegó una mujer preguntando por Federico.
Pronto se fundieron en un abrazo.
Lucila no llevaba equipaje, solo una mochila de la que nunca se despegaba.
Con placer Federico comprobó que la muchacha que tanto había amado y amaba no tenía dificultades para desplazarse.
Una barrera de cristal los separaba.
Lucila era reservada, ahora era una mujer que enrejaba los sentimientos en el alma.
Federico jamás preguntó aquello que debía permanecer en la intimidad de cada ser.
Se encontraban con cierta frecuencia.
La música los seguía uniendo..
Federico le contó del amor que sentía por sus hijos, Lucila algo sabía.
Había llegado a Boston para verlo aún cuando no lo dijera también estaba enamorada de su amigo.
Le rogó que la llevara a un río que conectara al mar.
No le dio demasiadas explicaciones seguía siendo una mujer casi espectral.
Federico le comunicó a su mujer que debería cubrir la guardia de un médico.
Se querían, Wendy no sospecharía su ausencia.
En auto y con dificultad llegaron a un bosque nevado que era atravesado por el curso de varios rios y lagos.
Federíco no sabía cual se conectaría directamente con el mar.
Lucila sacó un bulto protegido en un pañuelo.
El contenido cabía en el puño de una mano.
Le pidió a Federico que no hiciera preguntas, ella le contaría solo hasta donde pudiera o quisiera.
Supo que eso que parecía arena eran las cenizas de un bebé, hijo de Lucila nacido un año atrás que solo vivió un día.
Era hora de dejarlo partir.
Rumorosa el agua desgasta las rocas.
Hoy tienen un ingrediente más, deben transportar las cenizas de un bebé que no alcanzo a vivir más que una hora, su mamá lo amó más que a su vida.
Es necesario que lo deje partir hacia la inmensidad del mar.
No importa que ello signifique que ella muere un poco más.
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