En ocasiones es bueno viajar para distenderse, pasar varios
días en lugares paradisíacos con el único propósito de admirar aquello que la
naturaleza regala sin pedir nada a cambio.
El mar ejerce en mi una atracción increíble.
Playas tranquilas, aguas azules, tan azules como profundas, fina
y blanca arena pareciera no tener fin, solo cambia de tonalidad cuando las olas
deciden finalizar su vida coronadas de espuma que dejará vestigios en la playa.
El Caribe ofrece a la vista del turista paisajes
majestuosos, el silencio de una playa solitaria solo es cortado por la melodía
de los pájaros posados en flores de mil colores que les proporcionarán dulce néctar
para continuar un viaje sin derrotero fijo.
Con un grupo de amigos decidimos realizar turismo aventura.
El jet privado nos depositaría en un aeropuerto privado de
Roseau, capital de Dominica.
Nos alojaríamos en unas cabañas frente al mar, lugar donde
las luces del alba se manifiestan en todo su esplendor.
Por unos días nos olvidaríamos de los horarios, la consigna
era disfrutar de esa isla sin fronteras, donde termina la isla comienza el mar
infinito, isla rodeada de agua cristalina, a veces tímidamente agitada por la
brisa tropical.
Nuestra primera excursión sería a la selva, lugar donde los árboles
se aprietan en un abrazo eterno hasta formar una pared difícil de atravesar si
no es con la compañía de un guía del lugar.
Todas las orquídeas viven ajustando su delicada figura a los
brazos de los árboles que las ciñen sin pudor.
El sendero permite el paso de una persona, en fila india
caminábamos detrás de Ismael, un habitante afroamericano con perfecto dominio
del idioma español.
Recorrimos la selva durante la mañana, el calor hacía sentir su rigor.
Al regreso almorzamos en un pequeño restó cercano a la
ribera, Ismael sería nuestro invitado de honor.
Por él supimos algo de la rica historia de la isla, hoy en
plena etapa de migración.
Esa tarde nos internaríamos en el mar, imposible explicar
con palabras la belleza de los bancos de coral que descansan en la profundidad.
Peces multicolores nos habían dado la bienvenida formando
graciosos círculos alrededor de nuestras figuras.
Los últimos rayos de sol se despedían de los visitantes, era
hora de emerger.
Rosados y púrpuras tiñeron el cielo anunciando el crepúsculo.
Queríamos disfrutar hasta el último minuto de un día
glorioso.
El guía nos informó de la próxima excursión, temprano
visitaríamos el desierto más grande de la isla, sitio que lleva a reflexionar.
Las cámaras fotográficas no se cansaban de capturar los
detalles que pudieran escaparse a la mirada humana.
Ríos, cascadas y manantiales quedarían grabados en nuestras
almas y retinas.
Antes de emprender el regreso visitaríamos las plantaciones
de plátanos, alguna vez fueron sostén de la economía de la isla.
En el pequeño aeropuerto privado las turbinas del jet nos
dicen que debemos abordar el vuelo, abrazos y lágrimas en el momento de
despedirnos de Ismael, hemos prometido regresar a su isla, en invierno conocerá
el sur de nuestro país.
Igual que Dominica nuestra amistad no tienes fronteras.
http://www.youtube.com/watch?v=-ozhfijOyCg
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