Existe algo en la vida que me produce mucho placer y ese
algo es viajar en el tiempo.
Ello me permite acceder a otras culturas, estar cerca de
hombres y mujeres que fueron un
referente en la historia, referentes que marcaron un punto de inflexión para
observar el pasar de la vida desde otro lugar.
La ventaja de estos viajes es que no debo de llevar
equipaje, a mi llegada me proporcionarán todo aquello que necesito para que mis
sueños u objetivos se cumplan en su totalidad.
En esta ocasión el tiempo me transportará a la primavera
parisina de fines del mil ochocientos.
Seré alojada en un hotel o pensión ubicado no muy cerca del
centro de la ciudad luz, sino del hospital de la Salpêtrière.
No imaginen el edificio tal como luce en la actualidad,
moderno, inteligente, con frente vidriado que permite observar los parques que
lo circundan desde cualquier ubicación.
Piensen que lo veo tal cual fue diseñado hace más de
quinientos años.
Edificio de piedra que aún más de doscientos años después conserva
su estructura original
Frente de piedra, techos abovedados, columnas renacentistas
contiene la arcada principal, por allí se produce el ingreso de las
ambulancias, por un lateral el de los médicos, por el otro el de los pacientes
ambulatorios.
Los jardines que lo rodean son un deleite para la vista.
Canteros repletos de flores a punto de estallar en fragancia
y colores.
No muy lejos de allí hay distintos espacios que hoy se denominarían bares donde los médicos que no desean almorzar o merendar en los habitáculos
del afamado hospital los utilizan para tomar el descanso que merecen después de
haber atendido miles de casos programados entre los que intercalaron las
urgencias propias que depara cada día.
Ya les he contado como son los alrededores del lugar en el
que estaré por un espacio de tiempo que no conozco.
Mi intención es conocer a Sigmund Freud que suele estar por
las tardes, casi cuando comienza a despuntar el crepúsculo tiñendo la ciudad
con colores inversos a los de las auroras boreales un lugar tan especial.
He visto que las mujeres al caer la tarde para estar en lugares
públicos utilizan sombreros, algo que detesto de manera particular pese a que
me sientan bien.
Intento ubicarme en tiempo y espacio a la hora de elegir el
atuendo…
Quiero conocer al padre del psicoanálisis y a la vez pasar
desapercibida, parecer una turista más bebiendo una copa de rubio champaña en
un espacio excepcional.
Debo elegir mi atuendo entre la ropa colgada en un viejo
ropero del siglo XVI al que jamás podría denominar placard.
Optaré por un traje de pollera y saco de color gris azulado.
Una gardenia de color levemente más oscuro hará juego con el
arreglo que llevo sobre mis rulos enlazados en una torzada casi perfecta.
Quise evitar el uso del sombrero tan habitual en las mujeres
del lugar, lo reemplacé por un tocado más simple que se ajusta a las
formalidades de la época.
Extraño mi celular inteligente, con el podría haber grabado
todo.
Me resisto a llevar un block de notas, me parece
intimidatorio en manos de una desconocida.
Debo confiar en mi buena memoria.
Pido una copa de vino mientras espero a los ocupantes de la
mesa contigua a la mía.
Saboreo los trozos de queso que acompañan la bebida, el
sabor es espectacular.
Por fin llega Sigmund Freud y un acompañante de dudosa reputación.
Parecen ser amigos, aún cuando desde este entonces se puede
dudar de la verdadera amistad.
Los dos lucen jacquet a rayas en distintos tonos de gris,
uno lleva corbata el otro Papillon.
Beben sin moderación.
La charla se convierte en declaración.
Simón le cuenta al psicoanalista que es hijo de madre
italiana y padre judío, estigma que lo acompañará por siempre
No estoy aquí para
juzgar las tendencias religiosas de terceros.
Freud confiesa que nació en Austria, omite decir que su
padre era judío.
A esta altura estoy turbada.
¿Qué importancia puede tener ser judío o cristiano?
¿No importa más la persona sin etiquetas ni ideologías?
¿No importa más la persona sin etiquetas ni ideologías?
¿Por qué los perturban a ambos caballeros sus orígenes?
Freud se confiesa adicto a los alcaloides, cocaína en
especial.
Simón niega su verdadera identidad dice que a veces es un literato
y otras para sobrevivir toma la apariencia de un sacerdote.
No duda en confesar que compra las hostias de manera ilegal.
No crean que me ha turbado la copa de vino que he consumido.
Estos dos seres son execrables.
Viven de las apariencias,
No dudo que serán reconocidos en el futuro, ese futuro al
que pertenezco.
Desde que tengo uso de razón anhelo un mundo sin mentiras,
un mundo donde todos se muestren tal cual son.
No es una utopía es un derecho que trajo mi ADN al nacer.
A partir de esta experiencia no me dejaré llevar por las
palabras bonitas que pronuncian quienes desean conservar apariencias que no
existen en la realidad.
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