Un pasaje de la ciudad en que resido lleva por nombre Camila
O’Gorman, una muchacha muy joven y de gran belleza perteneciente a la alta
sociedad argentina.
Corría el año mil ochocientos cuando la niña abrió sus
ojitos al mundo.
Una bendición para sus padres que por fin cumplían el sueño
de tener una hija mujer.
Desde pequeña fue rodeada por institutrices que optimizaron
su formación.
Su cara de porcelana parecía tallada por un escultor.
La ascendencia franco irlandesa se notaba en sus rasgos
delicados.
Padres y hermanos eran celosos del crecimiento de la pequeña
Camila.
En la adolescencia siempre fue considerada un baluarte de la
sociedad, en forma frecuente animaba con la gracia de sus danzas las fiestas que
se ofrecían en casas del mismo nivel social que la joven.
Quienes la conocieron decían que parecía tenía alas en los
pies.
Siempre que camino por ese corto pasaje que lleva su nombre
conmovida recuerdo la historia trágica de una mujer que a todos los avatares de
su corta vida antepuso el amor.
Al cumplir los diez y ocho años, el destino la coloca frente
a Ladislao, un hombre aguerrido.
Moreno, de modales refinados, con una sonrisa cautivó a
Camila.
La hoguera de los sentimientos envolvió a la pareja.
Al enterarse sus padres quisieron enviarla a Francia.
Separarla de su único y gran amor.
Ladislao no pudo ni siquiera pensar en dejar los hábitos que
lo unían a Dios.
Enamorados decidieron huir hacia una provincia lejana si
consideramos que en aquella época los medios de transporte eran los caballos o
diligencias.
Su padre invirtió todo el poder para tratar de encontrar a
la pareja.
No quedaría sitio sin recorrer, después de varios meses los
encontraron en Corrientes en el Noreste de mi país.
La orden era trasladarlos a Buenos Aires para ser juzgados.
De nada valieron las explicaciones de Camila, el amor de su
vida fue acusado de violación.
Tampoco escucharon los gritos desgarradores de la muchacha,
tratando de explicar que había sido ella quien había dado inicio a una relación
prohibida y condenada por los hombres.
El juicio fue corto, considerando aquellos años.
Ambos fueron fusilados.
Camila tenía veintitrés años.
Estoy segura que aún se siguen amando.
Quienes conocen la vivienda en la que ella naciera cuentan
que en los jardines de la propiedad, destruida por una inundación permanece
como testigo de aquella unión, un rosal que da flores blancas, en algunos pétalos se pueden
visualizar motas color rojo punzó.
No comments:
Post a Comment