Los seres humanos por simple instinto de conservación
tememos teorías estructuradas que nos alejan del propio yo interior.
A ningún mortal se le ocurriría exponerse en ninguna
circunstancia, ya sea por miedo o desconocimiento.
Actitudes que bajo la lupa de los científicos merecen diversas
consideraciones, en las que no pienso ahondar por el solo hecho de ser una
aspirante a escritora que solo vuelca sus experiencias después de haberlas
comparado con la realidad.
Realidad que encontramos al abrir las puertas de nuestras
casas, realidad que logra conmovernos cuando vemos episodios injustos que con
la ayuda de la voluntad no requerirían mucho esfuerzo para modificarlos y de esa manera evitar que la
injusticia se propague como una mecha encendida cuyos resultados podrían ocasionar
daños irreparables.
Todos sabemos que la teoría del Big Bang se produce en
tiempos remotos, tan remotos que nadie puede calcular la fecha exacta de su nacimiento.
El Big Bang produjo un estallido en el Universo celestial,
no solo modificó conductas en los cuerpos celestes sino en la humanidad toda.
Aquí me quiero detener dado que no soy experta en temas
celestiales.
Tampoco pretendo serlo, mi única intención es transmitirte
una experiencia que he vivido no hace mucho tiempo.
No me quedó más remedio para cumplir mi cometido que
utilizar alas que pudieran transitar caminos que nadie había explorado para
conocer en profundidad o por lo menos intentarlo ciertas actitudes que al día de hoy continúan siendo un enigma de difícil resolución.
Con las alas replegadas me dirigí al punto más alto de la
región, ascendí con dificultad la ladera de un cerro maravilloso.
En el comienzo todo era un estallido de distintas tonalidades
de verde.
La gramilla cual fino encaje estaba bordada con flores
silvestres.
Los árboles unían sus copas para mostrarle al cielo un fino
tapiz.
Un novel pintor volcaba en la tela la majestuosidad del
paisaje, todos los colores se habían reunido allí.
Mis oídos siguieron el canto de los ruiseñores, para ubicar
sus nidos necesitaba ayuda de mis binoculares, descansaban en la mochila.
Una roca insinuante sería mi punto de observación.
Lentamente el paisaje se tornó árido.
El viento comenzaba a rugir.
Imposible que hubiera vida en el lugar donde reinan las
rocas.
Imposible encontrar un sonido humano.
La gruta estaba cerca, allí dejaría a buen resguardo mis
pertenencias.
Necesitaba estar libre para desplegar mis alas y comenzar a
volar.
La soledad del lugar arrancó lágrimas de conmoción.
Circunspecta un águila custodiaba la inmensidad.
En peno vuelo divisé a figura de un niño solo.
Un chico inmerso en la soledad que estoy segura no eligió.
Un pequeño descalzo en la inmensidad.
El abrigo de cordero no era suficiente para paliar los
efectos de un viento que no se cansaba de rugir.
En soledad compartida nos pusimos a conversar.
Los primeros temas fueron banales, el tiempo, la necesidad
de sobrevivir en un clima tan hostil.
El primer abrazo llegó como síntoma de protección.
Quería que ese nene tuviera la misma posibilidad que otros de la
pequeña ciudad.
Quería que en él estallara su propio Big Bang ,tan potente
que modificara las conductas de terceros que deberían protegerlo
Desplegué mis alas para evitar que el viento hiciera
estragos con la pequeña figura.
Abrazados comenzamos
a descender.
En mi casa encontraría un refugio seguro, tendría calor de
hogar, hogar que el destino le impidió conocer.
Tengo asumido que pronto partirá buscando su propia esencia.
Tengo asumido que ahora tiene nuevas herramientas para
protegerse del devenir de la vida.
Quiero encontrarlo en años venideros, quiero que sea un hombre
de bien.
Ansió que en su alma estalle el Big Bang que produzca los cambios
suficientes para que llegue a ser un hombre feliz.
http://www.youtube.com/watch?v=2mC2DM8xQPA
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