El estío en ciertos lugares del planeta no se nota por los
cambios significativos de temperatura sino por la duración de la luz y el
comportamiento de todos los seres que suelen habitar esos sitios generalmente solitarios.
Nada es lo que parece en ningún espacio del mundo.
Todo se transforma cuando aparece en escena la luz.
Albas rosas esperando la aparición del sol permiten visualizar
sombras móviles o sin vida, sombras al fin.
Los primeros destellos de Febo despiertan a los habitantes
de los nidos, presurosos los más grandes despliegan sus alas para obtener el
preciado alimento para sus crías
Los primeros gorjeos de los pájaros logran que los árboles
expandan y sacudan sus ramas para mostrarnos el esplendido verdor que adquieren
en esta época del año.
Abrir las ventanas a la vida, dejar que ingresen a la casa
es inundarla de aromas y fragancias del bosque.
Aromas que se mezclan con el olor a tostadas con las que
acompañaremos el desayuno habitual, rito ancestral que repetimos a diarios,
rito que todos los días muestra algo diferente que hará que ese día sea difícil
olvidar.
Cerca de las enredaderas que cubren las columnas de entrada
a la casa las abejas se hacen un festín bebiendo el néctar de las flores.
Fuera la brisa mece la copa de los árboles, al pié del cerro
las flores silvestres comienzan a danzar regalando una postal que alcanza la
perfección.
Una escuadra de gaviotas en grácil formación se dirige al
mar.
Acompañarán los barcos pesqueros hasta que se transformen en
un colorido punto en el océano.
Quienes no conocen la zona encontrarán una sorpresa, la
playa en ese sitio no es de arena dorada sino de ripio.
Las piedras horadadas por el rumor incansable de las aguas
brindan un espectáculo desconocido.
Pareciera que justo allí el mar hubiera optado por tener
voz.
Es necesario conocer los ruidos del agua para no caer en una emboscada que podría ser fatal.
Los fiordos cuando la marea está baja invitan a recorrer su
interior.
La veo en la playa, hunde la colilla de los cigarrillos en
las piedras.
Puedo apreciar que se trata de una mujer bella, belleza que
se transforma por su actitud solitaria.
Tengo la certeza que sostiene una rama en sus manos porque
intentó escribir algún nombre en la arena que no hay.
Seguramente desconocía ese detalle y quiso gravar por unos
instantes algún nombre en la inexistente arena sabiendo que en su danza el mar
se lo llevaría quien sabe dónde.
Sin que me vea decido seguir a la mujer etérea como las
gasas volátiles que utiliza de atuendo pese a no ser el adecuado ni para la
hora ni el sitio que eligió para descansar o pensar.
No es mi intención interrumpir la evocación de sus
recuerdos.
Me acercaré tanto como pueda evitando perturbarla.
Desde el punto que elegí sé que no puede visualizarme, puedo
escuchar su llanto inconsolable.
Logran estremecerme sus maldiciones y la repetición de un
nombre masculino.
Es innegable que necesita ayuda.
Consulto mi reloj.
Observo que ingresa a una de las grutas que la sabia
naturaleza formó en el fiordo.
Puedo seguirla sin que me vea.
La oscuridad del vientre de la formación de piedra no es el
mejor lugar para recorrer en soledad.
A pocos metros de la entrada para un novato el camino puede
ser una trampa fatal.
Un alarido indica que ha caído a un pozo, frecuentes en un
sitio absolutamente desconocido para quienes arriesgan todo sin pensar.
Apuro el paso, puedo tenderle las manos.
Le pido que resista asida al borde de la piedra que detuvo
su caída.
Corro hacia la salida, tenemos, escribo tenemos porque estoy
involucrada
poco tiempo para el rescate.
El celular no tiene señal.
La roca solitaria que ofrece su figura pétrea y descollante
será mi punto de apoyo.
Desde allí pediré ayuda.
Los socorristas no tardan en llegar el ulular de las sirenas
se acopla a mis lágrimas.
La gratitud vence al miedo.
En el hospital conoceré más a la mujer.
Me dirá que el desamor de un hombre la llevó a internarse en
un espacio desconocido.
Hoy somos amigas, me visita anualmente, siempre le repito
que ningún hombre vale terminar con la vida de una mujer.
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