En ocasiones de la manera más inesperada, ciertos seres
humanos deben enfrentarse con su otro yo.
Eugenia es una mujer agraciada física e intelectualmente.
Creció en una casa rodeada de cuadros de pintores famosos a
los que todos los días le encontraba algo nuevo,un detalle que antes había
pasado desapercibido.
Le hubiera gustado tener hermanos con quien compartir todo
aquello que la vida le obsequiaba de manera excepcional.
La soledad fue moldeando su carácter.
La pérdida de sus padres a edad temprana la convirtió en
heredera de empresas con filiales en todo el mundo.
Apenas concluidos sus estudios comenzó a viajar.
No le quedó destino por conocer, su vida fluctuaba entre la soledad
y reuniones empresariales.
Paseando por la campiña francesa, disfrutando del verdor del
paisaje conoció a
Eduardo un empresario bastante mayor con el que compartía su
gusto por la música y artes en general.
Al poco tiempo contrajeron matrimonio en una ceremonia
sencilla.
Al principio de la relación no se notaba la diferencia de
edad, no era una pareja como las que solemos conocer.
Decidieron establecerse en Suiza.
Construyeron una mansión a orillas de Lago Leman.
Desde cualquier ventanal de la propiedad podían observarse
paisajes majestuosos,
Eugenia quedaba sorprendida ante tanta belleza.
Los viajes alrededor del mundo fueron una constante, al
principio se acompañaban mezclando placer con trabajo.
Tiempo después viajaban por separado, para ese entonces aparecieron
las primeras discusiones en la pareja agravadas ante la imposibilidad de
concebir un hijo.
Jamás hablaron de divorcio, los encuentros comenzaron a
espaciarse propiciando que el amor se diluyera como si lo hubieran arrojado a
las profundidades del lago, sitio del que era difícil emerger.
Eugenia compró un piso en Roma, desde allí manejaría sus empresas, Eduardo
seguiría en Suiza.
En ocasiones el destino los reunía para celebrar fechas especiales.
La pasión pronto se transformó en amistad lejana.
Cada uno llevaba su vida como podía sin preguntar absolutamente
nada al otro.
En Roma Eugenia visitaba talleres de arte, allí conocería a
Miranda, una joven próxima a cumplir veinte años dotada de talento, talento que
solo tienen los elegidos.
La muchacha era operaria en una fábrica textil, cumplido el
horario se trasladaba al taller.
Eugenia comenzó a tratarla, no tardó en contratarla para una
de sus empresas, la joven le anticipó que del rubro no conocía nada, rápidamente
la empresaria la nombró como asistente personal.
Miranda comenzó a llevar una vida plagada de viajes, se resistía a recibir l costoso vestuario que
había recibido nunca ganaría lo suficiente para devolver semejante transformación.
El trato al comienzo era similar al que tienen las madres jóvenes
con sus hijas saliendo de la adolescencia.
No había reclamos de ninguna índole todo era pacer y
compartir.
Miranda se convirtió en la asistente perfecta, llevaba la
agenda de Eugenia con solvencia.
Dejaba tiempo libre para los viajes.
Visitando los Alpes no tardó en aprender a esquiar, extrañaba
no tener tiempo para desarrollar su verdadera pasión por la pintura.
En una de las estaciones de esquí mientras contemplaban el
deslizamiento por las pistas de nieve de otros deportistas, bebiendo chocolate,
Eugenia le propone una relación amorosa, la joven quedó sorprendida.
La noche que Miranda huyó, la empresaria había bebido demás.
Aprovechando la situación en un bolso deportivo la muchacha
se llevo lo mínimo indispensable, no necesitaba nada que proviniera de quien le
había ofrecido un cambio, ayuda para perfeccionarse en la pintura.
Un auto la dejaría en el aeropuerto tenía lo justo para comprar
un boleto de avión y regresar al lugar del que ahora sabía nunca debió partir.
Al mediodía siguiente Eugenia despertó en soledad.
Alterada y aún bajo los efectos del alcohol buscaba a su
asistente.
Creyó que habría salido a comprar la tintura para sus
cabellos, era la única que conocía que desde muy joven las canas amenazaban su
cabellera de color azabache.
No tardaría en sonar el teléfono, relajada pensó escucharía
la voz de su asistente, nada más alejado de la realidad.
Le comunicaban que debía viajar a Suiza, Eduardo había
fallecido por causas naturales.
Antes de partir dejó una nota a Miranda, solo decía que la
esperaba en aquel lugar.
Celebrado el funeral de su esposo regreso a la mansión.
Encontró algunos cambios desde la última vez que había
estado.
Los espejos se multiplicaban en el salón, estaba segura de
no haberlos visto antes.
Se trataba de espejos enmarcados fastuosamente.
Se detuvo ante el que mostraba su figura entera, presa del horror
con un objeto contundente quiso romper la imagen que le devolvía.
Sin dudas era ella,vestida con el traje que había elegido
para las exequias de Eduardo.
Lloró de rabia al observar su cabellera totalmente encanecida.
Furiosa arrojaba lo que tenía en las manos para que el
espejo se convirtiera en añicos.
No lo logró.
Ahora veía en cámara lenta pasajes de su vida, discusiones
que hubiera preferido no recordar.
Gélida la brisa atravesaba las ventanas cerradas, quiso
gritar, el gemido murió en su garganta en el preciso momento que ingresaba al
espejo.
Nada se sabe de Eugenia.
No existe testamento nombrando herederos.
Mañana Miranda será quien presida el remate de la mansión.
Han pasado varios años, hoy allí una escuela de arte
funciona con absoluta normalidad.
http://www.youtube.com/watch?v=28TI7ntKtII
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