Su mamá lo alejo de la cría por haber nacido con una de sus
alas quebradas.
Era imposible no emocionarse ante un jilguero tan pequeño y
lastimado que apenas tenía fuerza para emitir sus gorjeos.
Herido, solo como los seres sin alma no sobreviviría en un
clima tan frío.
No lo dejaría a la intemperie.
Pese a no tener experiencia en elucidado de los pájaros
pondría todo mi empeño para curarlo, rescatarlo de una muerte inmediata.
Justo en el instante en que el viento comenzaba a dejar
escuchar sus gritos desgarradores, instante dramático donde es habitual que un
escalofrío recorriera mi espalda, pude tomarlo con mis manos.
Con el propósito de abrigarlo lo envolví en un guante
dejando que su cabeza quedara libre.
Corrí desesperada hasta llegar a mi nueva casa que está
ubicada subiendo la cuesta de un cerro, en el lugar donde aún la gramilla
florece en primavera dejando un manto floral de suaves colores.
Pese a la cercanía de la primavera el clima es hostil
durante todo el año.
Dejé al pequeño jilguero sobre la mesada.
Aún cuando el plumaje no s notaba a mis ojos era una
criatura tan hermosa como desvalida.
La calidez del ambiente logró que abriera sus ojitos, no
estaban apagados ni tampoco tenían las nubes que anuncian un final prematuro.
Lo revisé con cuidado, encontré un pequeño trozo de madera
terciada para entablillarle su ala quebrada.
Mientras lo curaba bebía sorbitos de agua tibia.
Recordé que en el cuarto de herramientas los dueños anteriores de la vivienda que ocupo
habían dejado una jaula de hierro forjado con su correspondiente pie.
Era enorme para tan diminuto pajarillo, ese sería su hábitat
hasta que se repusiera totalmente.
Mientras la acondicionaba silbé las canciones que recordaba,
con la única intención que se fuera acostumbrando a los sonidos y así lograr
que alguna vez cantara.
Ubicaría la jaula cerca del ventanal de la cocina, desde allí
muchas veces había observado emerger el sol desde las profundidades del océano.
Era el sitio preciso para que los rayos de la estrella más
grande del universo hicieran que la calidez de aquellos ayudaran al crecimiento
del jilguerito.
Los pequeños integrantes de mi familia aplaudían cada avance,
en unas semanas tendría el ala totalmente curada.
No quedarían vestigios que le impidieran volar normalmente.
Había crecido, al alimento habitual le agregábamos grandes
dosis de amor.
La decisión estaba tomada, cuando estuvo recuperado lo dejaría
en libertad para que volara por los cielos que él quisiera.
Costó largas charlas y más de una lágrima hacerles
comprender a los chicos que un jilguero no tiene que vivir enjaulado sino en
absoluta libertad.
Lo despedimos con cierta congoja, aplaudimos sus aleteos
libres.
No tardaría en encontrarse con seres de su misma especie.
Sus trinos elevaban el espíritu, parecía querer agradecer
los cuidados recibidos con sus trinos melodiosos,
Cada primavera se posaba en el dintel de la ventana, nos
despertaba con sus gorjeos.
Una mañana de manera insistente logró que lo acompañara a su
nido.
Nido que comartía con su pareja a punto de romper las cáscaras
de los huevecillos que contenían a su cría.
Revoloteando feliz, buscó en un rincón del nido un pequeño
tubo de metal que podía transportar con su pico.
Con la delicadeza acostumbrada posó el pequeño objeto en mis
manos, luego partió a presenciar el nacimiento de sus hijos.
Al llegar a mi casa desenrosqué el tubo, en el interior
encontré un retazo de tela pintada.
Trazos inconfundibles de un artista reconocido.
En forma inmediata lo asocié a un episodio que había vivido
meses atrás en el museo del Louvre.
Pese a la custodia que cuenta el sitio un grupo de
saqueadores de cultura con un elemento filoso habían rasgado telas que
esperaban sus marcos fueran restaurados en el subsuelo para luego brillar en el
sitio que a cada pintura le correspondía.
Restaurar una tela lleva años, ese objeto no era de mi
propiedad.
Esa tarde me contactaría con la Embajada de Francia, con
el objetivo de devolver sus legítimos
dueños el objeto encontrado por el jilguero del ala quebrada.
Supe al llegar que ofrecían recompensa para quien encontrara
aquello que habían dañado.
La rechacé.
Les propuse que crearan una fundación ornitológica que
cuidara a los pájaros abandonados.
La oferta fue aceptada de inmediato, el trozo de tela fue
enviado al museo.
Han pasado algunos meses, por los medios pude enterarme que
la tela de mi pintor favorito había sido plenamente restaurada.
Ocupa el lugar privilegiado de siempre.
Nunca más volví a escuchar los trinos del jilguero.
Amigos que han visitado el Louvre aseguran que al acercarse
a una obra de Vincent Van Gogh, escuchan una melodía suave, comparable a los
trinos de un jilguero.
https://www.youtube.com/watch?v=KsiDdrqzGIw
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