Suponía que su hijo no estaría en su cuarto en ese horario generalmente jugaba con sus amigos
Tenía pasión por el fútbol, en la plaza armaban los picados, evitando romper las flores de los canteros, siempre bajo la atenta mirada del cuidador.
A veces se imponía con su presencia, otras participaba del juego de los chicos.
Ese día sería diferente.
Elián como casi todos los niños no sabía la dimensión de la muerte era demasiado pequeño y su madre evitaba hablar de ciertos temas, sin saber que involuntariamente incurría en un error no querido.
Lo encontró acurrucado en el suelo, parecía un ovillo .
La madre se acercó al pequeño, con dulzura secó sus lágrimas.
Las caricias atenuaron los sollozos.
Lo sentó en su falda.
A tan corta edad era difícil asimilar las pérdidas.
Su mejor amigo había sido atropellado en la vía pública por quienes se creen dueños de la calle sin pensar en el daño que causan a terceros inocentes.
La pelota había cruzado la calle, había que rescatarla para proseguir el juego.
Hernán salió corriendo sin advertir que por una calle desierta un auto venía excediendo la velocidad, sin respetar los lomos de burro colocados en cada esquina.
En estos casos, los minutos juegan en contra o a favor de la vida.
Hernán quedó solito hasta que asistieron en su ayuda.
Era tarde.
Llegó al hospital, inútil la tarea de los médicos para reanimarlo.
Mariana le contó una historia a su pequeño, le dijo que a veces en el cielo se necesitan ángeles pequeñitos.
Eran la compañía de Dios, desde allí vigilarían el bienestar de los niños y grandes.
Se convertirían en Ángeles de la Guarda, advirtiéndoles a todos de los peligros, en este caso los que ocurrían en las calles.
Le pidió fuera siempre cuidadoso, aún cuando se aferrara a la mano de ella.
El pequeño se durmió en los tibios brazos de su madre, una lágrima corría por las pestañas arqueadas del chiquito.
A partir de mañana, juntos cortarán flores frescas para recordar al nuevo angelito.
Tenía pasión por el fútbol, en la plaza armaban los picados, evitando romper las flores de los canteros, siempre bajo la atenta mirada del cuidador.
A veces se imponía con su presencia, otras participaba del juego de los chicos.
Ese día sería diferente.
Elián como casi todos los niños no sabía la dimensión de la muerte era demasiado pequeño y su madre evitaba hablar de ciertos temas, sin saber que involuntariamente incurría en un error no querido.
Lo encontró acurrucado en el suelo, parecía un ovillo .
La madre se acercó al pequeño, con dulzura secó sus lágrimas.
Las caricias atenuaron los sollozos.
Lo sentó en su falda.
A tan corta edad era difícil asimilar las pérdidas.
Su mejor amigo había sido atropellado en la vía pública por quienes se creen dueños de la calle sin pensar en el daño que causan a terceros inocentes.
La pelota había cruzado la calle, había que rescatarla para proseguir el juego.
Hernán salió corriendo sin advertir que por una calle desierta un auto venía excediendo la velocidad, sin respetar los lomos de burro colocados en cada esquina.
En estos casos, los minutos juegan en contra o a favor de la vida.
Hernán quedó solito hasta que asistieron en su ayuda.
Era tarde.
Llegó al hospital, inútil la tarea de los médicos para reanimarlo.
Mariana le contó una historia a su pequeño, le dijo que a veces en el cielo se necesitan ángeles pequeñitos.
Eran la compañía de Dios, desde allí vigilarían el bienestar de los niños y grandes.
Se convertirían en Ángeles de la Guarda, advirtiéndoles a todos de los peligros, en este caso los que ocurrían en las calles.
Le pidió fuera siempre cuidadoso, aún cuando se aferrara a la mano de ella.
El pequeño se durmió en los tibios brazos de su madre, una lágrima corría por las pestañas arqueadas del chiquito.
A partir de mañana, juntos cortarán flores frescas para recordar al nuevo angelito.
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