Pasé la noche en un punto intermedio del destino final.
Salí cuando las luces del
alba clareaban el cielo hasta hacía minutos oscuros, cavernosos. Que la
noche se había despedido.
La hostería en la que me alojé era cómoda en su sencillez.
Del frío glaciar de
mi lugar de residencia pasaba a una zona cálida.
La brisa nocturna lograba imprimirle al cortinado un
movimiento ondulante,tanto que me hizo recordar a seres que había transitado
por mi vida.
Pude recordarlos a todos y cada uno, algunos lograron que
adquiera experiencia.
Los menos, seres opacos, moradores de abismos insondables a
los que no quise pertenecer, a ellos les obsequié sano silencio.
La vida es demasiado valiosa como para desperdiciarla
tratando de entender utopías en las que la maldad tiene el cetro de las monarquías
con los pies sumergidos en el lodo.
De esos terrenales huyo, no me dejan nada..
No los critico, viven en el mundo que han construido.
Dejo atrás los pensamientos vacilantes, jamás creí en loas y alabanzas superfluas.
Tomé aquello que me permitió crecer, la opacidad vive en
los abismos que jamás se me ocurriría
explorar.
Mi dogma es no perder
el tiempo, más adelante si así lo eligiera
tendré tiempo de contaminarme.
El empleado del hotel sabía que saldría temprano para
continuar mi viaje.
Silencioso, dejó el desaguo sobre la mesa.
Sobre la bandeja dejó una flor , preciosa, con multiplicidad
de coloridos pétalos, sabría después que esa margarita de centro amarillo como
el sol era una zinia.
Era una señal, la llevaría prendida del espejo retrovisor
hasta que llegara a destino.
Durante la noche los empleados de la estación de servicio
quitaron las manchas que habían quedado adheridas en el parabrisas.
También habían quitado los vestigios de las mariposas nocturnas
pegados al radiador del vehículo.
Prometí pasar al regreso.
Surqué la ruta que me llevarían al centro del país.
Mi destino era Córdoba.
A los costados del cambio el paisaje parecía muerto, el
verde había cambiando por el ocre de la sequía.
Los animales morían de hambre y sed.
Los recuerdos se agolpaban en mi mente.
En las sierras cordobesas años atrás y por vez primera me
había subido a un árbol.
Mi héroe preferido, mi padre, con paciencia me bajo de las
alturas tenía seis años.
Hoy treinta años después, siento el ardor que provocó la
rama de un árbol en mis piernas.
El dolor de la infancia no logró que claudicara en mis intentos de explorar lo desconocido.
Recuerdos color sepia quedaron registrado en una foto.
Hoy siento como entonces las caricias de mi padre, las lágrimas
de impotencia al observar la inmensidad desierta de naturaleza.
Las lágrimas sucumben ante los recuerdos.
Las heridas de la
tierra me retrotraen a aquella temporada de vacaciones.
Estoy a punto de llegar a la Catedral de Córdoba.
Ingreso sin necesidad de portar una mantilla que cubra mis
cabellos.
Admirada redescubro los frescos que adornan los techos cóncavos.
Elevo mi oración por todos, por los amigos y también por aquellos
que se vistieron de tales.
No guardo rencor hacia nadie, por ellos rezo para que un Ser
Superior los ilumine.
Antes de despedirme de la Catedral le pido a la virgen
María que derrame lágrimas, tantas que puedan borrar las heridas que el suelo dejó al descubierto.
La flor en el espejo está intacta, una delicada fragancia indica que voy por el camino correcto.
Serpenteo valles y quebradas, convoco a la lluvia, antes de
llegar a las cercanías de Mina Clavero me detengo ante la imagen del Cura
Brochero, a él le dejo mis plegarias.
Reinicio el camino, Estela me espera en su casa.
En ese instante comienza la lluvia tan anhelada, tan
necesaria.
No pude disfrutar de las aguas cristalinas de unos de los ríos
que alimenta su caudal.
Rumoroso le canta a las piedras.
Por fin la lluvia apareció esplendorosa vestida de gotas
cristalinas.
Pasé varios días en la región, la lluvia celestial ha
propiciado que no haya grietas en la tierra.
Debo desandar el camino.
Me conmueven los colores verdes recuperados.
Los animales abrevan en los arroyos semanas atrás extinguidos.
Las garzas muestran siluetas espectaculares al borde del
agua.
Corto camino por rutas desconocidas el paisaje es de
ensueño, la lluvia es mi compañía.
Manejo con prudencia, en pocos días estaré abrazando a mis seres queridos.
Sé que la lluvia rebosante de lágrimas ha posibilitado que
el paisaje fuera diferente.
Pertinaz, consecuente ha convertido la tierra árida en
floreciente simiente de nuevos desafíos, todo reverdece cuando la esperanza es
el único derrotero.
Solo te pido que me acompañes con tu pensamiento,no es mucho
si anhelamos un mundo mejor.
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