Después de una noche lluviosa donde la llovizna pertinaz se
ocupó de ocultar los destellos de la luna, las luces del alba comenzaron a
teñir de colores pasteles la inmensidad del universo, apenas quedaban unas
nubes blancas que la fuerza del viento llevaría hacia otros lugares, viento suave
que movía las gramíneas de la ladera, ladera vestida de verde brillante.
Una vez más el agua había cumplido con su trabajo, parecía que
cada hoja había sido lustrada por manos invisibles.
Apuré el café.
Me esperaba una larga caminata, recorrería cada centímetro
de tierra por el que hacia dos años había transitado con Naomi.
Recuerdo que ese día tenía previsto proponerle matrimonio,
para ello llevaba oculto en el bolsillo de mi casaca el estuche que contenía
una sortija, el diamante en forma de lágrima me recordaba cada una de las que
ella había derramado, a veces por motivos tristes, otras porque la emoción
apresaba su alma.
Se veía preciosa con su vestido de algodón blanco, al
trasluz a simple vista mostraba la perfección de sus curvas.
La brisa suave producía un efecto majestuoso en su cabellera.
Se soltó de mi mano quería tomar unas fotos.
Ante mi vista desolada desapareció.
La llamé varias veces pensando que estaba escondida en el
inicio del bosque, hacia allí dirigía mis pasos.
El silencio era conmovedor.
A medida que pasaban las horas aumentaba mi desesperación,
Naomi no respondía a mis llamados que pronto se convertirían en gritos
desgarradores.
Regresé a la ciudad con el propósito de pedir ayuda, Entre
quienes me acompañaban un anciano acrecentaba mi pena, me contaba que a veces la
entrada del bosque se formaban de manera inexplicable pozos, pozos que solo los
que habían regresado podían hablar de la magnitud y profundidad de los mismos.
Pocos caminantes, la mayoría turistas desconocían la
existencia de ellos, además que al absorber a la persona el suelo volvía a
quedar firme, tan firme que nadie podía imaginar que allí la tierra tenía esos
movimientos para luego volver a la forma original.
Mi rostro expresaba un dolor profundo, el anciano me tomó de
las manos, pidiéndome que tuviera confianza, mencionó casos similares, a mi no
me importaban solo deseaba encontrar a la mujer con la que había decido
conformar una familia.
Nos amábamos de una manera difícil de expresar con palabras.
Naomi era una mujer que despertaba pasiones salvajes y con
una sonrisa y la dulzura de sus palabras lograba aquietarlas, permaneciendo
dormidos y abrazados hasta que la necesidad del encuentro nos despertaba.
No hablaré de ella en tiempo pasado pese al tiempo
transcurrido, quiero contarte que la naturaleza le otorgó una belleza especial,
delgada como los juncos que crecen a orillas del agua, de cintura pequeña invitando
a sostenerla, apariencia frágil e inalcanzable
como las estrellas que titilan en el cielo.
Me enamoré de su mirada, a través del azul cristalino de sus
ojos podía ver su alma.
A la belleza agregaba virtuosismo para resolver cualquier
circunstancia, siempre con una sonrisa buscaba el lado positivo de todos los
episodios de la vida cotidiana.
Es desesperante haberla perdido, no sabe dónde está.
El anciano parecía leer mis pensamientos, me aferró
fuertemente el brazo.
Indicó que debíamos seguir caminando, creí volverme loco, el
paisaje no cambiaba, insistentemente decía que debíamos buscar una pequeña flor
de color blanco, casi imperceptible, crecía en la boca del pozo que se había
tragado literalmente a la mujer de mis sueños.
El llanto me impedía ver con claridad, notando mi desazón el
anciano me pidió que me sentara sobre la hierba, él seguiría con el resto la
caminata.
A pocos pasos comenzó a agitar el bastón, había encontrado
la flor que tanto buscábamos.
Ordenó al resto de los hombres cavar con palas el círculo imaginario que había
trazado, debían hacerlo lentamente para no producir desmoronamientos.
Finalizada la tarea sacaron de un bolso una soga, el propósito
era introducirla en la boca del pozo, encontrar a Naomi, indicarle que debía
atar a su cintura el extremo y ajustarla con un nudo, ellos harían el resto del
trabajo.
Recé todo el tiempo, no escuchaba sonido alguno.
Pasadas dos horas el cuerpo de Naomi emergió desde las
profundidades de la tierra, tuve temor de abrazarla, tenía miedo de lastimarla.
Estaba intacta, igual al momento en que había desaparecido,
solo se notaba un poco turbada por la cantidad de personas que me acompañaban.
El rescate había sido un éxito.
Naomi agradeció la cantimplora que el anciano le ofrecía,
bebía agua en pequeños sorbos.
Cuando todos se retiraron la mantuve entre mis brazos, no
deseaba perturbarla con un interrogatorio.
Comenzó a contarme que se había deslizado dentro de lo que
parecía un pozo enorme, la tierra era firme, en ningún momento tuvo miedo de
quedarse allí.
Una voz a medida que descendía le contaba cada vivencia, en
ese abismo oscuro vivían los defectos que a veces adornan a ciertos seres
humanos, pudo ver las caras de la miseria y el abandono
Metros más abajo las vanidades se peleaban delante de
espejos imaginarios.
Todos los defectos sobrevivían debajo de la tierra.
Naomi nunca tuvo miedo, sabía que en algún momento regresaría
a mi lado, ignoraba el cómo y el cuando, solo tenía ese convencimiento que la
mantuvo con vida.
En una semana nos casaremos, necesitamos estar para siempre
juntos compartiendo el amor que nos une.
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