Construía rejas.
Caminado por la antigua Alemania, observaba algunas que encerraban lujosos jardines, otras servían como sostén a las enredaderas que estiraban entre el hierro sus floridos brazos, tejiendo una red colorida de hojas y flores, otras constituían la entrada a una celda inexpugnable, desde ese sitio de encierro ni siquiera podían salir a la vida los sueños.
La monotonía jamás sería su compañera.
Juan Gutenberg estaba en la búsqueda de algo diferente, que lo hiciera trascender en el tiempo.
Atrás quedarían las máquinas soldadoras, se dedicaría a moldear letras para las imprentas, de esa forma casi todos podrían admirar el lenguaje escrito, renovándolo o enriqueciéndolo.
Mientras el viviera nunca permitiría que fuera usado en forma incorrecta
Le gustaba el desafío.
Atrás quedarían las máquinas soldadoras, se dedicaría a moldear letras para las imprentas, de esa forma casi todos podrían admirar el lenguaje escrito, renovándolo o enriqueciéndolo.
Mientras el viviera nunca permitiría que fuera usado en forma incorrecta
Le gustaba el desafío.
En el bosque encontraría la madera para moldear cada uno de los componentes del alfabeto.
Por las noches un viejo farol alumbraba la mesa de trabajo, cubierto con un guardapolvo de cuero Juan tallaba cada letra con esmero, debía conseguir diferentes formatos, no era lo mismo escribir un te quiero que cualquier otra palabra.
Con el cincel le fué dando forma, después llegarían los números, los símbolos, ante todo anteponía los sentimientos.
Una tarde se encerró en la imprenta, quería probar el invento modificado de los otros que lo habían antecedido en su tarea.
Era el primero en reconocer que el trabajo de la imprenta lo habían iniciado otros, el le dio otra identidad, quizás más moderna, sin imaginar que el correr de los siglos permitiría las impresiones digitales y las nuevas imprentas no tendrían el sonido de antes.
Era el primero en reconocer que el trabajo de la imprenta lo habían iniciado otros, el le dio otra identidad, quizás más moderna, sin imaginar que el correr de los siglos permitiría las impresiones digitales y las nuevas imprentas no tendrían el sonido de antes.
Había comprado tintas de diversos colores, la intención era sorprender con un escrito a Griselda, esa muchacha que lo cautivó cuando sonrojada por una palabra halagando su belleza, entornaba los ojos dejando ver la espesura de sus pestañas.
A la mañana siguiente la muchacha, miró el remitente del sobre que acababa de recibir.
El corazón latía con impaciencia, la mirada adquiría nuevos brillos, las manos temblorosas sostenían el papel que contenía una breve esquela, las palabras escritas demostraban el amor que se prodigaban, quería abrazarlo, tenerlo cerca de su cuerpo, en su alma moraba desde siempre.
El corazón latía con impaciencia, la mirada adquiría nuevos brillos, las manos temblorosas sostenían el papel que contenía una breve esquela, las palabras escritas demostraban el amor que se prodigaban, quería abrazarlo, tenerlo cerca de su cuerpo, en su alma moraba desde siempre.
Mañana sería el día señalado.
El mundo conocería una nueva imprenta.
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