Inmediatamente sus sentimientos dieron un brusco viraje, el horror se había presentado ante ella de manera inesperada.
La crueldad no mide consecuencias, sola investigaría las desapariciones que se producían en su lugar de trabajo.
No confiaba en la justicia ni en ninguna autoridad.
Cuando reuniera todas las pruebas sería ella quien se presentara en tribunales, seguiría el caso de cerca, carácter y fuerza le sobraban.
Mujer de carrera en el municipio de su ciudad, luchó por obtener el cargo en la dirección del cementerio.
Solo le faltaban unos pocos años para jubilarse, la necesidad la obligó a elegir pasar en la administración del lugar los últimos años laborales, de esa forma accedería a un mejor beneficio.
Al tomar posesión de su cargo no fue bien recibida por sus compañeros, observó las sonrisas fingidas, suficientes para templar su espíritu.
Fueron días de trabajo arduo.
Escuchaba a las víctimas de vejaciones a las tumbas de familiares.
Recorrió cada parcela, constató con libros.
Sorprendida observó que los sepulcros saqueados formaban una letra “L" , la primera pista se acercaba a su intuición.
No decía a nadie de sus investigaciones, el clima laboral era tenso.
Un atardecer la brisa mecía los álamos, parecían testigos asistiendo a una revelación.
Como siempre se despidió de los trabajadores, notó sonrisas cómplices, los ignoró como si no pasara nada fuera de lo normal.
No dejaría el cementerio.
Lo conocía de palmo a palmo.
Eligió ocultarse detrás de la escultura del Cristo, con los brazos extendidos parecía que esperaba a sus nuevos moradores.
Nadie sabría que estaba allí.
Tuvo que acceder varias veces a su escondite.
Tenía certezas, solo debería fotografiar el momento.
La llovizna asemejaba lágrimas de los deudos que lloraban a sus muertos.
El silencio podía escucharse en el sitio.
Mantenía la respiración lenta.
Las rejas que oficiaban de acceso se abrieron para dar paso a una camioneta.
Luís y León, acompañaban al visitante, juntos se dirigieron a un mausoleo, corrieron el mármol oscuro, las palas removían la tierra hasta dejar el ataúd descubierto.
Los ángeles de piedra negra, volcados en el suelo parecían querer emprender vuelo, desplegaban luz en su camino al cielo.
Sacó fotos, vio como los empleados recibían su paga, episodio que se reiteraba cuando nacía el crepúsculo.
Repitió varias veces la operación.
En su casa ordenaba las fotos que presentaría ante la justicia, sin la asistencia de ningún letrado.
El juicio fue largo, encarcelaron a los trabajadores que vendían esqueletos sin importar el desprecio por la vida eterna de los muertos.
Laura López se ha jubilado, compró una casa en la montaña para pasar tranquila el resto de su vida.
Hoy los diarios del día publican en primera plana la desaparición sin rastros de la última directora del cementerio.
Nadie encuentra sus restos para darle cristiana sepultura.
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