12 de enero de 2009
Siempre he querido escribir un cuento, no lo he logrado.
Vivo en Ámsterdam, hace tiempo que estoy enferma, tengo casi cien años.
Mi casa es cómoda, tengo varios tesoros, muchos están acunados en los recuerdos, otros en el altillo, una pequeña ventana que me trasladaba al mundo donde residen la magia y las maravillas.
Antes podía subir corriendo las escaleras, fascinada miraba la plaza, en primavera coloridos tulipanes la ornamentaban.
Los inviernos siempre han sido rigurosos, por las tejuelas negras se desliza la nieve.
A veces le dedico largas horas al tejido otras prefiero hamacarme en mi sillón de lustrosa madera para evocar a la pequeña Anna.
Recuerdo como si fuera hoy el día que les di refugio en el altillo.
Era una bella niña, demasiado delgada para su edad, nadie podía adjudicarle los años que realmente tenía.
Un moño blanco igual a su pulcro vestido sostenía los cabellos renegridos.
Frágil como los ángeles, la niña solitaria llevaba un diario a escondidas.
Allí volcaba las experiencias de la guerra, alimentaba ilusiones de regresar con vida a su patria, tomada de la mano de su familia.
Muchas noches de desvelo el ejército requisaba mi casa, amenazantes gritaban que si escondía a alguien sería destinada a un campo de concentración.
Alerta siempre negaba la existencia de otras personas en la casa.
Quería proteger a la muchacha de los ojos tristes, a sus padres, a Margot, la hermana.
Anna escribía en silencio, estaba acostumbrada a la soledad y el desarraigo.
A esa edad los niños caminaban por cualquier parte, jugaban hasta el cansancio.
La hostilidad de la guerra convirtió en privación todo aquello que le correspondía a cualquier niña.
Como les contaba, a los trece años ella recibió como regalo el diario que la haría famosa cuando no estuviera en la tierra.
Una noche los soldados entraron al escondite, se llevaron a los integrantes de la familia.
Pude rescatar el diario que contenía las experiencias de la jovencita.
Por el supe que sintió amor por Peter un joven soldado que murió a los pocos años.
Sonreí al saber que el amor había alegrado algún instante de su vida.
Ustedes conocen la historia de Ana Frank, no voy a abundar en detalles.
Lloré al saber de su muerte, no pude hacer nada para retenerla.
Mi vida se extingue de a poco, solo el destino sabe en qué momento me encontraré, allá en la eternidad con mi noble muchachita.
Miep
*En memoria de Miep Gies fallecida en el día de la fecha, la mujer que ayudó a esconder a Anna Frank y su familia, rescató sus escritos para entregarlos a su padre, cuando éste pudo huir del horror de los campos de concentración.
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