No puedo escribir sobre vos, no por ahora.
Declararé cuando la justicia me convoque.
Eras el ejemplo de nuestra familia, el hermano mayor, ese al que todos quieren parecerse, hasta que todo cambió.
En este último tiempo nunca pude lograr que mamá dejara de llorar por vos.
El día que te mudaste nos perforaste el corazón, prometiste visitarnos frecuentemente, las visitas se fueron espaciando.
Nadie entendía como con tu sueldo de ordenanza en el Congreso habías cambiado tu atuendo, parecías otra persona, trajes costosos, finas camisas, corbatas de marca francesa.
Decías con absoluta frialdad que eran regalos de un legislador.
No podía soportar que nuestra madre viviera angustiada, por ello te seguí.
Sé que la casa que habitas es de tu propiedad, asombrada ante tanto lujo creí quebrarme.
Saqué fuerzas, abordé un auto cuando el tuyo arrancó.
No me viste cuando entraste al recinto del Senado, estabas con tu uniforme de ordenanza, acercabas café y jugos, detrás de una columna en la bandeja superior, seguía cada uno de tus movimientos.
Intercambiabas sin dismular fajos de biletes, supe que eran retornos los que te permitieron acceder a todos los lujos.
Han pasado varios días, en la primera plana de los diarios está la foto del legislador en el momento que procedían a su detención, un saco ocultaba las manos esposadas.
No podrás evadir el brazo ejecutor de la justicia.
Estoy en Tribunales, grabo la declaración del senador, no tardó nada en inculparte.
Dijo que lo extorsionabas.
No puedo esperar más, le pido al abogado querellante exponer, en un sobre llevo las fotos que tomé.
Las manos escondieron tu rostro al verme sentada delante del juez, tu alma se descubrió.
En pocos días serás declarado culpable, compartirás la celda con tu acusador.
Esto no es un escrito para vos, es un ayuda memoria que utilicé en el juicio oral.
Te enjuiciaron los hombres, las malas acciones las juzga Dios.
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