Cumple siete años, está angustiado sabe que su padre ha comprado para él una espada de samurai para que comience su entrenamiento, sus hermanos son expertos conocedores de la técnica.
Acepta el regalo con una sonrisa fingida.
Cómo indicarle a un papá altivo y autoritario que no quiere aprender el arte del Bushido, que sus intereses radican en otras cosas, que es solo un niño, imposible sin recibir un castigo.
Pide permiso para retirarse, se refugiará bajo la sombra de un árbol de ciruelo, pronto los racimos de flores blancas se convertirán en deliciosos frutos.
Acaricia el tronco buscando respuestas, en se lugar se siente protegido, es allí donde puede descargar su llanto sin que nadie lo vea.
Un pájaro se esconde entre las ramas del ciruelo, asustado por los gritos de un hombre que busca a su hijo.
Conoce la furia de su progenitor, no osará contradecirlo.
Mañana vendrá el maestro a brindar las primeras instrucciones.
Pasará horas que lo desgastan física y mentalmente.
Las noches son demasiado cortas para recuperarse de la fatiga, no dirá nada, sumiso obedecerá cada orden.
Han pasado unos años, el muchacho ha hecho carne las lecciones recibidas.
Extasiado el padre observa la exhibición, no puede creer los resultados obtenidos, aplaude cuando mira a su retoño empuñando con firmeza el sable.
Ávido de sangre el papá reúne a su hijo en la sala, escucha atentamente, mañana una expedición saldrá a buscar al enemigo, en compañía de sus hermanos encabezará la misma, la determinación es decapitarlos, posteriormente ofrendarán las cabezas.
Lamenta que nadie comprenda sus intereses.
Otra vez el árbol de ciruelo será testigo de la angustia del muchacho, le cuenta que no se siente capaz de degollar a nadie, sabe que si no lo hace las consecuencias serán dolorosas, terribles.
La brisa del atardecer quiebra dos ramas, serán como brazos que lo acunen.
Desenfunda la espada, un movimiento certero hará rodar la cabeza del joven para dejarla muy cerca del tronco azulado de la planta.
Furioso ante la tardanza de su hijo, lo busca por todos los rincones de la casa.
Conoce el espacio favorito de su heredero, hasta allí se dirige, no está.
El ciruelo tiene las ramas caídas, está diferente, solo conserva los racimos de flores níveas, algunas se han teñido de rojo.
Arrodillado ante el viejo árbol le pide perdón a su hijo.
Es demasiado tarde.
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