Ansioso espera en su taller de orfebre la llegada de las exóticas piedras.
Sabe que en esa tonalidad se presentan matices más claros, según como se las oriente se ven negras, otras tendrán la gama de los grises.
Pagará una fortuna para conseguir las que sean definitivamente negras, serán tres los que lleve la corona que le han pedido.
Al principio dudó del encargo, para qué querrían una corona en una nación donde se supone impera la democracia.
Acepta el trabajo, no le vienen mal los pesitos que recibirá por complacer a alguien privado de la cordura.
En el papel diseña el preciado objeto, sencillo para que lo luzca quien no ha llegado a ser reina.
Los brillantes se enlazan con topacios, tienen los colores del sol, casi suficientes para hacer brillar lo que falta.
Algunos rubíes significarán la sangre de los que reclaman un poco de justicia.
En el centro irán los tres diamantes negros, símbolo de los errores que se comenten a sabiendas que se puede perjudicar a terceros.
Los cinceles le dan forma, encastra las piedras negras, óptimas, puras.
Mañana la entregará en un acto, el personal de protocolo olvidó poner la bandera, azules zafiros como el mar, blancos brillantes, orgullosos de integrar los colores del símbolo de la patria, no están.
En el salón caras conocidas esperan en sus asientos para aplaudir cualquier palabra vacía de contenido, están acostumbrados, los billetes quieren salir de su cárcel de tela.
En el despacho, ella se descontrola, no quiere nada que le recuerde al pueblo que alaba con la voz impostada.
Cómo se atreve un simple artista a contradecirla, a sugerir el camino correcto.
Retoca el maquillaje, en minutos recibirá vivas que engolosinan el ego.
El orfebre guarda la corona de diamantes en un estuche de terciopelo, desanda el camino, tiene esperanzas.
Sonríe, quizás en otros tiempos alguien pueda lucir su obra, quizás solo para festejar el carnaval.
http://www.youtube.com/watch?v=hf2cnIDyKL8&feature=related
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