En la Ciudad
que resido no está permitido se erijan edificios de gran altura, rige una
disposición que me parece perfecta, solo permite construcciones que no superen
los tres pisos, de esa forma no se pierde la cualidad y calidad urbanística.
Hace dos años de un crucero bajaron varios ingenieros y
arquitectos, quedaron encantados con las vistas y paisajes del lugar.
El cambio los favorecía, a ellos no les importaba colocar
los cimientos de sus sueños a pocos kilómetros del centro, sabían que en las
provincias pequeñas las distancias se acotan.
Cuando vi por primera vez los planos de la futura edificación
me pareció un sueño difícil de cumplir.
Lejos de amilanarse ante semejante inversión adquirieron un
extenso predio, rodeado de bosques de lengas y arrayanes que no tenían pudor al
mostrar sus panzas color canela.
Se respetaría la vegetación el espacio era suficiente para
construir sin dañar el sistema ecológico.
Seguí con sumo interés cada paso que daban para ellos era un desafío, para mi
también considerando que no creo en las obras mesiánicas.
Sobra decir que la industria de la construcción se reactivó,
tanto que tuvieron que solicitar trabajadores de provincias cercanas.
Hace dos semanas se inauguró el primer edificio inteligente
de la zona.
¿Me preguntaba qué tendría de especial?
Todos fueron convocados al festejo, era la primera vez que
una construcción despertaba tanta curiosidad, entre los asistentes votaron el
nombre.
Por amplia mayoría el nombre elegido sería Libertad.
Cubrí la noticia, no obstante necesitaba conocer más.
Con autorización de la empresa constructora lo visité en soledad,
soledad que me permitiría llegar al fondo de la cuestión para resolver un
enigma.
El encargado me esperó en las escalinatas del edificio.
Asombrada recorrí las instalaciones.
La entrada parecía salida de un cuento.
Imposible dimensionar la recepción, paredes revestidas con
madera belga, estaba probada la resistencia de la misma.
Flores autóctonas contenidas en maceteros, espejos en uno de
los laterales, en el otro un acuario mostraba especies de la zona.
Ascensores a ambos lados, pregunté si podía utilizar el elevador
de cristal, ubicado en el centro.
Los primeros pisos estaban destinados a oficinas, el resto a
adquirentes privados.
La ascensorista llamó mi atención parecía un ángel a punto
de desplegar sus alas.
Pensé que estaba soñando, me explicó que en el subsuelo habían instalado
motores que permitían girar el edificio, de manera casi imperceptible, de esa forma
todos los consorcistas tendrían la oportunidad de observar el majestuoso
paisaje.
Conocí la vida de cada uno de los dueños de los
departamentos.
Sentí opresión cuando supe la historia de un hombre
solitario, su propiedad era la única que no tenía sensores ultra modernos para
ingresar.
Permanecía aislado siempre, las pocas ocasiones en que se
escuchó su voz gutural fue para mostrar el resentimiento que anidaba en su alma
impiadosa.
No está disconforme sino peleado con la vida que le ha
tocado vivir.
No deseaba conocer más de una historia tan turbia donde el
protagonista está prisionero de su voluntad.
En el último piso instalaron una piscina aprovechando las
aguas termales del lugar.
Un deleite escuchar las risas de los más pequeños y los que
no lo eran tanto.
Profesores para cada actividad contenían a todos.
El revestimiento de cristal lograba una perfecta
visibilidad.
Si tuviera que definir ese espacio lo compararía con el Paraíso
que tan bien transmitió Dante en la Divina
Comedia.
Nos dirigimos al bar del natatorio, desde allí la vista
panorámica ofrecía la magnificencia natural.
El sonido de los cristales rotos nos puso en estado de
alerta.
La tristeza con lazos imaginarios anudó las gargantas, las
risas callaron para transformarse en alaridos de espanto.
El ulular de las sirenas ahuecó el silencio.
Cristales desparramados por doquier, el solitario para
siempre había acallado su voz.
http://www.youtube.com/watch?v=pRaPBZxW5A0
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