Las noches sureñas son cortas, todas las casas de la zona
tiene doble cortinado, uno pesado para impedir la entrada de la luz temprana.
Cuando todos se encuentran entregados al descanso en este
sitio encantado, el alba se desespera por teñir con las primeras luces el cielo.
Paisajes que ningún artista ha podido plasmar en la tela.
Predominio de colores rosados despiden el negro azulado que
contiene las estrellas encendidas.
Pudoroso el sol comienza a emerger de las aguas.
Me gusta contemplar la majestuosidad en silencio solo interrumpido
por el canto de los ruiseñores que salen de su letargo.
Vuelvo a la realidad, la casa huele a café recién molido y
tostadas.
Mientras desayuno reviso los correos, descarto los spam,
nunca supe por qué llegan tantos, soy de las que preserva la intimidad y mi
dirección electrónica la tienen las personas que se han ganado mi cariño.
El celular pasea entre el teclado y la coqueta lámpara que
utilizo cuando el crepúsculo comienza a caer.
¿Quién llamará tan temprano?
El dueño de la editorial para la que trabajé un par de años
me desea un buen comienzo de año, adivino que detrás de la propuesta habrá un
pedido.
Sabe que soy viajera incansable me pide una colaboración
para la revista que dirige, el tema es libre, tengo todo el tiempo que quiera,
entiende que sin esas condiciones no se caería una sola letra.
No me costó elegir el destino, en esta ocasión viajaría al
Norte de Italia.
En viajes anteriores había tenido la oportunidad de conocer
Roma, ciudad histórica que guarda riquezas culturales invaluables.
Como todos los turistas arrojé las monedas en la Fontana de Trevi, la
tradición dice que ello asegura la vuelta, quería regresar a esa ciudad donde
el amor florece en cualquier estación del año, no tenía idea de la fecha de ese
posible regreso, en mi interior sabía que un día no lejano volvería con el
objetivo de visitar ciudades que no conocía.
En mi equipaje coloqué todo aquello que necesitaría, en un
rincón de la maleta iría una pequeña caja transparente, a los ojos de los
humanos era una caja vacía, pocos sabían que allí estaban contenidos los sueños
que no había cumplido.
Expectantes esperaban salir de ella, transformarse en
realidad tangible.
Aún no habían llegado las copiosas nevadas, ello me permitiría
viajar sin dificultades en auto desde el aeropuerto de Bolonia en Italia hasta Módena, una ciudad de pocos habitantes si lo
comparamos con las grandes urbes.
Quería conocer el sitio donde había nacido uno de mis
cantantes favoritos., no era fácil el encuentro.
Para viajar en el tiempo visité el Duomo de Módena, una
catedral antiquísima, allí todo es silencio.
Ubicada en uno de los bancos de la nave central pude iniciar
una regresión de los años.
Me enamoró la voz de un pequeño integrante del coro, parecía
que los ángeles se habían ubicado en su garganta cristalina.
Imposible no emocionarse ante los acordes de la música,
decidí seguirlo en mi estado de ensoñación por todos los lugares en los que
ofrecía su canto inmaculado.
Aprecié su arte en distintos escenarios del mundo, la inmensidad de su voz no pasaba desapercibida.
Fue uno de los cantantes más reconocidos, su voz llegaba al
alma.
Lloré su partida, transitaba el ascenso al cielo el gran
Luciano, lo despedí con lágrimas.
Transformé el llanto en una sonrisa de agradecimiento,
entendí que los grandes que han desparramado su arte por el mundo no mueren,
siguen vivos en los corazones de sus admiradores, siguen deleitando con su
canto aún cuando los años pasen, a ellos jamás les llegará el manto del olvido.
Debo regresar, seguiré soñando mientras tenga vida, hoy solo
puedo darte las gracias Luciano Pavarotti.
Gracias que se multiplicarán en forma infinita desconociendo
el paso del tiempo.
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