Creía, siempre creía.
No aceptaba vivir en un mundo imperfecto, a todo le buscaba el lado positivo.
Creyó tener amigos virtuales con quien compartir sus sueños, amaba hilvanar historias, mostrar espacios diferentes, esos que nacen de las convicciones con una pizca de fantasía.
Seguía creyendo que contar la vida desde otra óptica podría animar al otro, desterrar el rencor palabra que no estaba en su vocabulario.
Le gustaba volar por el mundo, ser pájaro, desplegar las alas para llegar lejos, tanto que la alejaban del pensamiento retórico de los humanos.
Su misión era crear, mal o bien, las musas inspiradoras aparecían en cualquier momento.
Daba vuelo poético a sus historias nacidas del corazón.
Como todos los días caminaba por una playa desierta, a lo lejos los barcos pesqueros parecían un punto de color en la inmensidad del océano, en ese instante plácido, otras mostrando su bravura.
Siempre encontraba un caracol, con el filo escribía los nombres de los supuestos amigos en la arena.
Una lágrima traviesa rodaba por su rostro cuando en su danza las olas borraban hasta los recuerdos.
Creía y eso la sostenía.
El sol se ocultaba dentro del agua.
El más eximio pintor jamás hubiera imaginado un cielo en el que los púrpuras y rosados se amalgamaban en una sinfonía de colores perfectos.
La brisa marina se transformó en viento, rugía enojado, las gaviotas ya no buscaban alimento.
Sola en la playa vió corporizarse una sombra, vestía de negro.
Intentó alejarse, regresar a su mundo imperfecto, allí encontraría a sus amores esperándola.
Casi sin aliento pudo escuchar el nombre de tan extraña visitante.
A la dama de negro la habían bautizado: indiferencia.
No aceptaba vivir en un mundo imperfecto, a todo le buscaba el lado positivo.
Creyó tener amigos virtuales con quien compartir sus sueños, amaba hilvanar historias, mostrar espacios diferentes, esos que nacen de las convicciones con una pizca de fantasía.
Seguía creyendo que contar la vida desde otra óptica podría animar al otro, desterrar el rencor palabra que no estaba en su vocabulario.
Le gustaba volar por el mundo, ser pájaro, desplegar las alas para llegar lejos, tanto que la alejaban del pensamiento retórico de los humanos.
Su misión era crear, mal o bien, las musas inspiradoras aparecían en cualquier momento.
Daba vuelo poético a sus historias nacidas del corazón.
Como todos los días caminaba por una playa desierta, a lo lejos los barcos pesqueros parecían un punto de color en la inmensidad del océano, en ese instante plácido, otras mostrando su bravura.
Siempre encontraba un caracol, con el filo escribía los nombres de los supuestos amigos en la arena.
Una lágrima traviesa rodaba por su rostro cuando en su danza las olas borraban hasta los recuerdos.
Creía y eso la sostenía.
El sol se ocultaba dentro del agua.
El más eximio pintor jamás hubiera imaginado un cielo en el que los púrpuras y rosados se amalgamaban en una sinfonía de colores perfectos.
La brisa marina se transformó en viento, rugía enojado, las gaviotas ya no buscaban alimento.
Sola en la playa vió corporizarse una sombra, vestía de negro.
Intentó alejarse, regresar a su mundo imperfecto, allí encontraría a sus amores esperándola.
Casi sin aliento pudo escuchar el nombre de tan extraña visitante.
A la dama de negro la habían bautizado: indiferencia.
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