Quería darle un giro a su existencia, en el momento más triste de su vida sus ojos se llenaron de lágrimas y soledad.
No le importaba ser la heredera de una cuantiosa fortuna, si no podía remplazar las cosas materiales por amor.
No le importaba ser la heredera de una cuantiosa fortuna, si no podía remplazar las cosas materiales por amor.
Debía partir con rumbo incierto para encontrarse.
Cambió su imagen, no volvería a lucir su dorada cabellera que cual manto cubría su espalda.
Descartaría para siempre el maquillaje, no lo recitaría si deseaba que los demás supieran mirar su corazón, entrar en su alma enrejada, plena de recuerdos.
Antes de partir regaló su rica vestimenta.
Buscó folletos en una agencia de turismo, quería encontrar su lugar en el mundo lejos de la vanidad que otorga el dinero.
Cumplió con todo lo pautado, vacunas, trámites.
Por fin estaba en el aeropuerto que la llevaría a una ciudad muy lejana casi invisible en el mapa pero cercana a los que tienen sentimientos.
Como único equipaje llevaba en su bolso de mano lo indispensable, lo demás no era necesario.
Viajó al Congo para convertirse en misionera.
Pueblo diezmado por las torturas, el hambre, la muerte de inocentes.
Vivía como todos en una choza cercana a la selva congoleña, era feliz a su modo dando a los que más necesitaban, ningún esfuerzo era suficiente para borrar la amargura .
La despertaban las melodías de los pájaros.
El lago de aguas cristalinas era suficiente para refrescarse.
Cambió su ropaje por una túnica, un velo cubriría su cabeza.
A nadie debía mostrar su rico pasado, era una más.
Su palabra reconfortaba a todos.
Por un momento saldrían del horror escuchando su canto de libertad, la mueca de una sonrisa se dibujaría en sus rostros de ébano.
Una flecha envenenada acabó con su vida.
Sus huesos anónimos descansan en un osario.
Detrás de ella muchas mujeres siguen su epopeya
Cambió su imagen, no volvería a lucir su dorada cabellera que cual manto cubría su espalda.
Descartaría para siempre el maquillaje, no lo recitaría si deseaba que los demás supieran mirar su corazón, entrar en su alma enrejada, plena de recuerdos.
Antes de partir regaló su rica vestimenta.
Buscó folletos en una agencia de turismo, quería encontrar su lugar en el mundo lejos de la vanidad que otorga el dinero.
Cumplió con todo lo pautado, vacunas, trámites.
Por fin estaba en el aeropuerto que la llevaría a una ciudad muy lejana casi invisible en el mapa pero cercana a los que tienen sentimientos.
Como único equipaje llevaba en su bolso de mano lo indispensable, lo demás no era necesario.
Viajó al Congo para convertirse en misionera.
Pueblo diezmado por las torturas, el hambre, la muerte de inocentes.
Vivía como todos en una choza cercana a la selva congoleña, era feliz a su modo dando a los que más necesitaban, ningún esfuerzo era suficiente para borrar la amargura .
La despertaban las melodías de los pájaros.
El lago de aguas cristalinas era suficiente para refrescarse.
Cambió su ropaje por una túnica, un velo cubriría su cabeza.
A nadie debía mostrar su rico pasado, era una más.
Su palabra reconfortaba a todos.
Por un momento saldrían del horror escuchando su canto de libertad, la mueca de una sonrisa se dibujaría en sus rostros de ébano.
Una flecha envenenada acabó con su vida.
Sus huesos anónimos descansan en un osario.
Detrás de ella muchas mujeres siguen su epopeya
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