Era una niña de corta edad, como todas tenía amigos imaginarios con los que entablaba diálogos encantados.
La tarde en el sur se hacía esperar, cuando en otros sitios la noche cubría con su manto la quietud y el silencio, ella podía ver esconderse los últimos rayos de sol en el agua.
El bosque de lengas estaba a unos pocos pasos de la casa que habitaba.
Al salir la luna encontraba sentada en el cuarto creciente un hada.
Era su amiga desde hacía un tiempo.
Sus ojos como el azabache, anhelaban el vestido que aquella llevaba.
Se internaron en el bosque, algunos árboles se abrazaban propiciando la oscuridad, era el momento de intercambiar la vestimenta.
Tules brillantes adornaban el cuerpito de la pequeña, flores multicolores adornaban su cabello.
Los duendes del bosque acompañaban la escena ejecutando melodías en minúsculos instrumentos.
Solo ellas podían escucharla.
Los rescatistas buscaban a la pequeña, nunca la encontraron.
Lágrimas heladas formaban una escalera al cielo, la madre llegaría su hijita.
Se produciría el reencuentro en el instante que la media luna ofreciera la silueta de dos hadas en el universo.
Brillantes estrellas participarán de un concierto estelar y mágico.
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