Al amanecer recorrerán los últimos kilómetros que los dejarán al pié del cerro.
Los exploradores llevan en sus mochilas lo necesario, bolsas de dormir, cámaras fotográficas, filmadoras, instrumental de medición.
La ladera de la montaña huele a menta, el verde se mezcla con los colores de las flores silvestres.
El río Calalumba (agua que le canta a las piedras) invita a beber aún cuando no se sienta la necesidad de hacerlo.
Antes de la rueda de mate, ella se aleja del campamento, aún la luna se resiste a irse del cielo.
Llevará una linterna, los primeros escalones están delimitados el resto del ascenso será a pura emoción.
En el primer descanso se colocará el arnés que la sujetará hasta hacerla parecer parte del cerro.
Hace frío.
El pasamontaña solo deja ver sus ojos.
Mira el pasto quemado, las dimensiones son grandes.
Aparece un hombrecito pequeño, le cuenta que su nave no está a la vista.
No desea lastimarla le transmite que su acercamiento es para conocer la conducta humana ante determinados eventos.
Quiere responder, está sola, el silencio invade el espacio.
Antes de llegar a la cima trastabilla, el ser especial extiende su mano para sostenerla.
Encontró paz.
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