Pese a ser de última generación el ascensor había quedado detenido en los pisos altos.
Como todos los días la niña traviesa se soltaba de la mano de su tía, quería ser ella quien lo llamara, al abrirse las puertas cayó al vacío, como pudo se fué sosteniendo en los cables de acero, sus manos ensangrentadas ardían, era la primera vez que sentía miedo.
El vestidito se había convertido en jirones, aterrorizada seguía su vuelo en la oscuridad.
En segundos y sin conciencia estaba sobre la base del ascensor.
Para ese entonces policías y bomberos estaban listos para rescatarla.
Un integrante de la brigada tenía colocado el arnés sujetado a una soga, ello permitiría llegar al sitio donde estaba la niña.
Por precaución se cortó la energía.
Seis metros abajo estaba la nena, con cuidado la subió a la superficie, los aplausos por la tarea finalizada no lograron despertarla.
El ulular de las sirenas despejaba el tránsito, en la guardia del hospital un equipo de médicos la esperaba.
Milagrosamente a primera vista solo se observaban las lastimaduras de las manitos.
Fué sometida a todo tipo de estudios para descartar lesiones internas, quiso el destino que todo estuviera bien.
Pasaría dos días internada para continuar los chequeos.
El día del alta el padre apareció con un muñeco de peluche que lo superaba en altura, en la otra mano un ramito de jazmines, las flores preferidas de su hija.
Vanos fueron los intentos para que la niña caminara, el terror la paralizaba.
Han pasado varios años, ella sigue en la silla de ruedas.
Los médicos que la atienden, no comprenden la falta de movilidad de la adolescente.
Los psiquiatras han concluido el tratamiento.
El cambio de departamento a una espaciosa casa no ha cristalizado el objetivo perseguido, sigue condenada a la silla.
Es una estudiante avanzada, pronto recibirá su título secundario, será mencionada como la mejor alumna.
Sus compañeros festejan los logros obtenidos.
El vestido largo la destaca del resto del alumnado, poco maquillaje realza la cara perfecta, el cabello renegrido acentúa el color de los ojos robados al océano.
El encargado de la ceremonia anuncia el nombre de la muchacha, la madre empuja la silla hasta el escenario, en ese instante una fuerza interior le permite pararse después de tantos años.
Pasos inseguros la llevan a recibir su premio.
Por fin el cariño de todos ha desterrado para siempre el miedo.
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