Tomados de la mano caminamos por la playa, nos detuvimos a mirar la danza de las olas, siempre las veíamos diferentes en su ir y venir coronado de espuma blanca.
La brisa trajo frescura, le hacía falta a nuestras pieles.
Cubrió mis hombros con su camisa, era hora de regresar a casa.
Del horizonte infinito se colgó la primera estrella intentando opacar a la luna que se dibujaba en el cielo oscuro.
Luciérnagas traviesas iluminaban nuestro sendero.
En el borde de la pileta nos prodigamos mimos y caricias, preludio de una noche espectacular que pronto nacería.
Los leños crepitaban en la improvisada fogata.
Era mi primera vez, sin dejar de acariciarme sabias palabras tranquilizaron mi mente.
Los relojes se detuvieron para contemplarnos.
El fuego estaba listo.
Le pedí unos minutos necesitaba estar cómoda.
Cambié mi vestimenta por un pantaloncito corto, el que más le gustaba, deslicé por mi torso una colorida remera.
Mientras servía unas copas sentí el sonido del hielo, suave la música acompañaba la escena mientras un grillo solitario cantaba escondido en un cantero con nuestras flores predilectas.
Pasamos los leños encendidos a la parrilla, mientras lo estábamos haciendo me susurró al oído cuanto me amaba y lo feliz que se sentía que por primera vez cocinara una cena romántica solo para él.
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