Es difícil seguir escondiendo la realidad.
Catalina vive en las afueras de la gran ciudad, ayuda a su madre en la crianza de los hermanos más chicos, el papá viajó hace mucho a algún lugar, en búsqueda de concretar sueños, necesitaba darles una vida mejor.
Los primeros meses de la partida del jefe del hogar fueron durísimos.
Extrañaban al padre,
Decidió apuntalar su mamá.
Juntas sacaron la máquina de coser, algunas piezas deberían ser cambiadas para que funcionara a la perfección.
La venta de dulces las ayudaría a comprar el faltante.
Catalina jamás había visitado el pueblo, nunca había visto las torres del palacio, como agujas intentaban romper las nubes que ornamentaban el cielo azul.
Rápidamente se vendieron los primeros vestidos.
Los atardeceres eran todos iguales, sabían de memoria que cuando el firmamento dejara los colores rosados y púrpuras, llegaría la noche.
Los más chicos se entregarían al descanso.
Ellas dos se contaban lo sucedido en el día casi hasta el amanecer.
Un día cualquiera una doncella llamó a la puerta de la humilde vivienda.
La reina necesitaba un vestido único, diferente, lo luciría la noche en que su único hijo anunciara su matrimonio con una joven de la sociedad.
Acompañó a su madre a las distintas pruebas de la vestimenta.
Ricos encajes, azabaches y piedras en el escote.
Como en todos los cuentos la jovencita conoció al heredero de la corona, jamás imaginó que los uniría la pasión, sentimiento que desconoce de alcurnias y castas.
El resto de la historia es fácil de imaginar, sin embargo resulta imposible sostener en el tiempo pensamientos caducos.
Acuna en sus brazos el fruto de un gran amor.
Marcos algún día podrá heredar la corona de su progenitor.
Mientras tanto estudia, sabe que lo logrará el día en que el mundo se eliminen las divisiones que no llevan a nada.
Siempre esgrimirá dos banderas, la del amor y la igualdad.
Ignora si en su mundo habrá codiciadas coronas.
Mientras tanto no olvida que lo más importante es vivir y soñar.
Catalina vive en las afueras de la gran ciudad, ayuda a su madre en la crianza de los hermanos más chicos, el papá viajó hace mucho a algún lugar, en búsqueda de concretar sueños, necesitaba darles una vida mejor.
Los primeros meses de la partida del jefe del hogar fueron durísimos.
Extrañaban al padre,
Decidió apuntalar su mamá.
Juntas sacaron la máquina de coser, algunas piezas deberían ser cambiadas para que funcionara a la perfección.
La venta de dulces las ayudaría a comprar el faltante.
Catalina jamás había visitado el pueblo, nunca había visto las torres del palacio, como agujas intentaban romper las nubes que ornamentaban el cielo azul.
Rápidamente se vendieron los primeros vestidos.
Los atardeceres eran todos iguales, sabían de memoria que cuando el firmamento dejara los colores rosados y púrpuras, llegaría la noche.
Los más chicos se entregarían al descanso.
Ellas dos se contaban lo sucedido en el día casi hasta el amanecer.
Un día cualquiera una doncella llamó a la puerta de la humilde vivienda.
La reina necesitaba un vestido único, diferente, lo luciría la noche en que su único hijo anunciara su matrimonio con una joven de la sociedad.
Acompañó a su madre a las distintas pruebas de la vestimenta.
Ricos encajes, azabaches y piedras en el escote.
Como en todos los cuentos la jovencita conoció al heredero de la corona, jamás imaginó que los uniría la pasión, sentimiento que desconoce de alcurnias y castas.
El resto de la historia es fácil de imaginar, sin embargo resulta imposible sostener en el tiempo pensamientos caducos.
Acuna en sus brazos el fruto de un gran amor.
Marcos algún día podrá heredar la corona de su progenitor.
Mientras tanto estudia, sabe que lo logrará el día en que el mundo se eliminen las divisiones que no llevan a nada.
Siempre esgrimirá dos banderas, la del amor y la igualdad.
Ignora si en su mundo habrá codiciadas coronas.
Mientras tanto no olvida que lo más importante es vivir y soñar.
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