La fiesta inaugural de Beijing, había sido majestuosa, en su isla jamás había visto algo así.
Las bailarinas y los gimnastas formaban figuras de ensueño.
Ellas ataviadas con coloridos vestidos jugaban con las sombrillas, ellos dejaban adivinar los cuerpos esculpidos.
La ceremonia fue seguida por millones de personas en todo el mundo, la música tenue permitía hacer volar la imaginación.
El instante mágico se produjo cuando se encendió el famoso pebetero, el fuego de la llama olímpica encendería a todos los atletas, los fuegos artificiales tiñeron el cielo nocturno hasta confundirse con las estrellas que suspendidas poblaban el firmamento.
Él ,orgulloso lucía la banda ,en su cintura apoyaba la bandera de Jamaica, flameaba como las alas de los pájaros de alas coloridas.
Representaba a una isla de ensueño donde el mar azul era el marco perfecto para que se destacran las flores del lugar, todos estarían pendientes de sus atletas.
Las preseas doradas intentarían opacar el sol.
Por unos días atrás quedarían las miserias
Le había quitado horas al sueño para entrenarse, quería alegrar a los habitantes de su sufrida patria, obteniendo la preciada medalla dorada.
El calor hacía que por su piel de ébano corrieran las gotas de sudor, asemejando a las esferas transparentes que produce el rocío y traviesas se depositan en las corolas de las flores.
Los pies apenas tocaban la pista, parecía que ese hombre fibroso estaba dotado de alas.
La respiración entrecortada, el corazón parecía querer estallar, miró a los costados estaba solo en minutos más sería consagrado ganador.
La tribuna estalló en aplausos, al llegar a la meta acostado en el suelo agradeció a Dios por haberlo dejado cumplir otro sueño.
La medalla dorada parecía un sol en su pecho, contrastaba con el color de la piel.
Tomó el ramo de rosas rojas, lo levantó y la dedicatoria fué para ella.
Cientos de kilómetros los separaban, la sonrisa de perlas iluminaba la cara del maratonista.
Mañana ella lo esperaría en la playa, vestida con su bikini multicolor, otra vez le rendirían culto al amor.
Las bailarinas y los gimnastas formaban figuras de ensueño.
Ellas ataviadas con coloridos vestidos jugaban con las sombrillas, ellos dejaban adivinar los cuerpos esculpidos.
La ceremonia fue seguida por millones de personas en todo el mundo, la música tenue permitía hacer volar la imaginación.
El instante mágico se produjo cuando se encendió el famoso pebetero, el fuego de la llama olímpica encendería a todos los atletas, los fuegos artificiales tiñeron el cielo nocturno hasta confundirse con las estrellas que suspendidas poblaban el firmamento.
Él ,orgulloso lucía la banda ,en su cintura apoyaba la bandera de Jamaica, flameaba como las alas de los pájaros de alas coloridas.
Representaba a una isla de ensueño donde el mar azul era el marco perfecto para que se destacran las flores del lugar, todos estarían pendientes de sus atletas.
Las preseas doradas intentarían opacar el sol.
Por unos días atrás quedarían las miserias
Le había quitado horas al sueño para entrenarse, quería alegrar a los habitantes de su sufrida patria, obteniendo la preciada medalla dorada.
El calor hacía que por su piel de ébano corrieran las gotas de sudor, asemejando a las esferas transparentes que produce el rocío y traviesas se depositan en las corolas de las flores.
Los pies apenas tocaban la pista, parecía que ese hombre fibroso estaba dotado de alas.
La respiración entrecortada, el corazón parecía querer estallar, miró a los costados estaba solo en minutos más sería consagrado ganador.
La tribuna estalló en aplausos, al llegar a la meta acostado en el suelo agradeció a Dios por haberlo dejado cumplir otro sueño.
La medalla dorada parecía un sol en su pecho, contrastaba con el color de la piel.
Tomó el ramo de rosas rojas, lo levantó y la dedicatoria fué para ella.
Cientos de kilómetros los separaban, la sonrisa de perlas iluminaba la cara del maratonista.
Mañana ella lo esperaría en la playa, vestida con su bikini multicolor, otra vez le rendirían culto al amor.
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