Marcia salió turbada de la capilla.
Buscaba respuestas a sus preguntas, aún la acompañaban el aroma de las flores frescas.
Jamás volvería a ella.
Sentía dagas filosas en su cuerpo.
No entendía por qué la familia había ocultado la identidad de ese ser que había amado tanto.
Ese hombre con el que le hubiera gustado compartir las aventuras de la niñez.
Dejó su mantilla blanca bordada a la vendedora de cirios y medallas.
Necesitaba tomar aire puro, despejarse, romper con el pasado.
Iniciar un futuro sin recuerdos.
¿Podría?
La playa era el lugar indicado.
Caminó sin rumbo, buscaría refugio en las rocas de la bahía.
El paisaje era el adecuado, la espuma de las olas borraría cada sufrimiento.
En lo alto un hombre pequeño intentaba desanudar la tanza para poder pescar.
La brisa marítima se entretenía jugando con los cabellos de la muchacha.
Sentada sobre la arena blanca regalaría al mar el pasado reciente.
El pescador se acercó a ella.
Sin saber cómo estaba entre sus brazos, besos interminables paliaban el sufrimiento de Marcia.
Las siluetas se transformaban en una, el rumor del agua acompañaba el momento.
La envolvió con palabras, le arrancó una sonrisa, prometió trozos de cielo para hacerla sonreír.
Por la tarde la escena se repetiría a la luz del crepúsculo, no podía pedir nada más a la vida, se sentía plena.
Los encuentros diarios la hacían sentir mujer.
Las vacaciones concluían, perduraría el supuesto amor.
Guardaría en su alma las promesas.
En poco tiempo estarían juntos.
Marcia ahora era una mujer alegre esperaba al dueño de sus sentimientos.
Era un fabulador.
Se resistía a creer todas las palabras que enlodaban al ser amado.
Mañana estaría nuevamente entre sus brazos, amándose para siempre.
Las portadas del diario anunciaban la noticia, el hombre de su vida estaba detenido.
Nunca más podría burlar las ilusiones de otra mujer.
Solo se repetía, la soledad te hará pensar en mi.
http://www.youtube.com/watch?v=P5lOIFqoprQ
Buscaba respuestas a sus preguntas, aún la acompañaban el aroma de las flores frescas.
Jamás volvería a ella.
Sentía dagas filosas en su cuerpo.
No entendía por qué la familia había ocultado la identidad de ese ser que había amado tanto.
Ese hombre con el que le hubiera gustado compartir las aventuras de la niñez.
Dejó su mantilla blanca bordada a la vendedora de cirios y medallas.
Necesitaba tomar aire puro, despejarse, romper con el pasado.
Iniciar un futuro sin recuerdos.
¿Podría?
La playa era el lugar indicado.
Caminó sin rumbo, buscaría refugio en las rocas de la bahía.
El paisaje era el adecuado, la espuma de las olas borraría cada sufrimiento.
En lo alto un hombre pequeño intentaba desanudar la tanza para poder pescar.
La brisa marítima se entretenía jugando con los cabellos de la muchacha.
Sentada sobre la arena blanca regalaría al mar el pasado reciente.
El pescador se acercó a ella.
Sin saber cómo estaba entre sus brazos, besos interminables paliaban el sufrimiento de Marcia.
Las siluetas se transformaban en una, el rumor del agua acompañaba el momento.
La envolvió con palabras, le arrancó una sonrisa, prometió trozos de cielo para hacerla sonreír.
Por la tarde la escena se repetiría a la luz del crepúsculo, no podía pedir nada más a la vida, se sentía plena.
Los encuentros diarios la hacían sentir mujer.
Las vacaciones concluían, perduraría el supuesto amor.
Guardaría en su alma las promesas.
En poco tiempo estarían juntos.
Marcia ahora era una mujer alegre esperaba al dueño de sus sentimientos.
Era un fabulador.
Se resistía a creer todas las palabras que enlodaban al ser amado.
Mañana estaría nuevamente entre sus brazos, amándose para siempre.
Las portadas del diario anunciaban la noticia, el hombre de su vida estaba detenido.
Nunca más podría burlar las ilusiones de otra mujer.
Solo se repetía, la soledad te hará pensar en mi.
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