La crisis mundial había golpeado en todos los lugares del planeta.
Se suspenderían por tiempo indeterminado las expediciones arqueológicas, se acabarían los costosos viajes que la llevaron a los lugares más alejados de la tierra.
Si bien había logrado pagar la última cuota de su departamento, Marcia debería conseguir otro trabajo.
Buscó en el periódico, un aviso pequeño, intrascendente requería una embalsamadora.
Recordó su hobby, mientras estudiaba arqueología aprendió a embalsamar, matiz inédito en su vida.
Presurosa dejó su currículum en el despacho del Doctor Méndez.
Ansiosa hacía proyectos en los que incluía a sus padres que vivían lejos.
Imaginaba la sonrisa de ellos al volver a verlos, hasta podía sentir la tibieza de sus abrazos detenidos en el tiempo.
Por la tarde recibiría el llamado para iniciar sus nuevas tareas.
La noche anterior durmió de a ratos, estaba excitada ante las nuevas perspectivas laborales.
Méndez le indicó el camino a su oficina.
Con precisión desviceró un cuervo.
Encontró que el lugar que debía ocupar el corazón del ave carroñera, era una piedra.
La mirada del animal muerto era tan negra como el plumaje azabache que cubría el cuerpo.
Concluida la tarea lo colocó en un pié de lustroso ébano.
Sobre la pequeña mesa una taza de café para disipar el sueño.
Vencida por el cansancio se durmió en un mullido sillón.
Sueños recurrentes apresaban su mente.
Despertó con un destello de sol y el canto de cientos de gorriones que volaban en libertad.
Del pedestal de costosa madera había desaparecido el cuervo.
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