El invierno ataca a la población norteña, el frío no conoce de límites.
Tapa a sus hijos con frazadas viejas, tanto que ya no sabe de qué color son.
Su marido ha viajado a una provincia cercana, es un trabajador golondrina, está donde tenga un poco de trabajo que alivie las necesidades de los seres que ama y esperan.
¿Qué esperan?
Posiblemente unos pocos pesos para arreglar la choza de cañas, el último granizo, inesperado por cierto, logró que el techo de la humilde vivienda se pareciera a un colador.
Es una morocha preciosa, su cuerpo es como los juncos que crecen a la vera de los ríos cuando hay sol.
Mueve las caderas rítmicamente, como si en su mente solo sintiera el sonido de los parches en carnaval.
Walter está lejos, tantas veces el destino los ha separado que no lleva la cuenta.
Su país de origen cuando ellos buscaban otros rumbos, apenas estaba creciendo, debían buscar otros sitios para consolidar la familia que comenzaba a notarse en su vientre abultado.
Añosos árboles le recordaban la costa de su amado río, sin pensarlo demasiado construyeron su casita humilde allí.
Los maderos gordos serían las columnas, las palmeras el sostén de su techo, lo demás lo haría el amor.
La primera inundación la encontró sola, se refugió en el monte, la casa seria llevada por la fuerza del agua, junto a ella las pocas fotos en familia, la pérdida de la identidad.
Ni siquiera pudo rescatar los documentos, todo quedó sepultado en una masa líquida de color marrón.
Cuando terminó la cosecha volvieron a levantar la casa que albergaría el amor.
Sintieron por primera vez la discriminación cuando los chicos fueron rechazados de la escuela.
El río violento se había llevado la identidad de los pequeños.
No servía ningún argumento, las autoridades sabían que la población había sido azotada por la más terrible inundación.
Nadie escuchaba los reclamos de esos padres que anhelaban para sus hijos una vida mejor.
Promesas enlodadas como el lecho del río.
No pueden regresar a su país de origen, faltan los documentos, la burocracia los mira con desdén.
Ellos esperan comprensión para volver a creer.
http://www.youtube.com/watch?v=rzC1mLta1YM
Tapa a sus hijos con frazadas viejas, tanto que ya no sabe de qué color son.
Su marido ha viajado a una provincia cercana, es un trabajador golondrina, está donde tenga un poco de trabajo que alivie las necesidades de los seres que ama y esperan.
¿Qué esperan?
Posiblemente unos pocos pesos para arreglar la choza de cañas, el último granizo, inesperado por cierto, logró que el techo de la humilde vivienda se pareciera a un colador.
Es una morocha preciosa, su cuerpo es como los juncos que crecen a la vera de los ríos cuando hay sol.
Mueve las caderas rítmicamente, como si en su mente solo sintiera el sonido de los parches en carnaval.
Walter está lejos, tantas veces el destino los ha separado que no lleva la cuenta.
Su país de origen cuando ellos buscaban otros rumbos, apenas estaba creciendo, debían buscar otros sitios para consolidar la familia que comenzaba a notarse en su vientre abultado.
Añosos árboles le recordaban la costa de su amado río, sin pensarlo demasiado construyeron su casita humilde allí.
Los maderos gordos serían las columnas, las palmeras el sostén de su techo, lo demás lo haría el amor.
La primera inundación la encontró sola, se refugió en el monte, la casa seria llevada por la fuerza del agua, junto a ella las pocas fotos en familia, la pérdida de la identidad.
Ni siquiera pudo rescatar los documentos, todo quedó sepultado en una masa líquida de color marrón.
Cuando terminó la cosecha volvieron a levantar la casa que albergaría el amor.
Sintieron por primera vez la discriminación cuando los chicos fueron rechazados de la escuela.
El río violento se había llevado la identidad de los pequeños.
No servía ningún argumento, las autoridades sabían que la población había sido azotada por la más terrible inundación.
Nadie escuchaba los reclamos de esos padres que anhelaban para sus hijos una vida mejor.
Promesas enlodadas como el lecho del río.
No pueden regresar a su país de origen, faltan los documentos, la burocracia los mira con desdén.
Ellos esperan comprensión para volver a creer.
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