Esta vez el viaje lo haría sola.
Abrazó a sus hijos mientras les indicaba las pautas a seguir durante los dos o tres días que estaría ausente.
Pese al frío gélido sintió tibieza en su cuerpo en el momento de besar al hombre que acompaña desde hace más de una década su vida, él comprendió que necesitaba estar sola en este tramo de su vida.
Hubo lágrimas y sonrisas, no quería ver el rostro de los seres amados, una lágrima podía detener el ansiado y necesario viaje.
Manejo más de cien kilómetros para encontrar los fiordos que tanto le gustaban.
Instalada en la cabaña, suavemente la nieve se deslizaba por la copa de los alerces.
Algunos copos quedaban posados en los brazos de los pinos.
El crepúsculo teñía el cielo de rosas y morados, un rayo de sol dejaba el camino libre para que del cielo se colgara la primera estrella.
No vería los destellos de la luna, pese a la oscuridad que precede la llegada de la noche podía observar los fiordos.
Mañana estaría contemplándolos.
Maravillosa naturaleza que recortaba con precisión la geografía del lugar.
Brazos largos intentando contener el mar o alguna lágrima cautiva.
Por primera vez sintió que ellos serían su única compañía.
Se preguntó por qué el clima helado no llegaba a quemar las hojas de los árboles, solo un ser superior conocía el secreto para mantener viva la copa de los mismos.
La bruma, un clásico del lugar lograba que el verde de las hojas mutara a un azul profundo.
No sabe cuánto tiempo estuvo allí, las gaviotas presurosas volvían a los nidos.
La única certeza que tenía es que pronto descansarían en un hueco húmedo de arena, todas las palabras que alguna vez había escrito.
Palabras enlazadas como las cuentas de un rosario que jamás llegaron a destino.
La mochila contenía una carpeta, mil hojas de papel esperaban ser sepultadas para siempre.
Los fiordos serían mudos testigos de ese momento, guardarían su secreto.
Por un instante quiso que sus manos se transformaran en pájaros aleteando sobre la virginidad de una tela, convertirse por un rato en pintora para plasmar las maravillas que eternamente guardaría en sus retinas.
Sonrió, no se imaginaba pintando, solo sabía algo de letras, atrevida creaba cuentos para compartir.
Han pasado unos cuantos años desde aquella visita a los fiordos, conservan la misma belleza.
Aturdida se acerca al lugar donde enterró sus letras.
La carpeta azul está vacía, faltan las hojas que contenían los relatos.
Los hijos ya están grandes, sigue profesando el mismo amor a su hombre de toda la vida.
La mayor encuentra un trozo de papel, el tiempo le obsequió colores sepias, solo se puede leer una palabra: Secreto.
A nadie develará que esas letras son las suyas, solo anhela que la magia de los cuentos siga existiendo.
http://www.youtube.com/watch?v=Bl6TdsHMYt8&feature=related
Abrazó a sus hijos mientras les indicaba las pautas a seguir durante los dos o tres días que estaría ausente.
Pese al frío gélido sintió tibieza en su cuerpo en el momento de besar al hombre que acompaña desde hace más de una década su vida, él comprendió que necesitaba estar sola en este tramo de su vida.
Hubo lágrimas y sonrisas, no quería ver el rostro de los seres amados, una lágrima podía detener el ansiado y necesario viaje.
Manejo más de cien kilómetros para encontrar los fiordos que tanto le gustaban.
Instalada en la cabaña, suavemente la nieve se deslizaba por la copa de los alerces.
Algunos copos quedaban posados en los brazos de los pinos.
El crepúsculo teñía el cielo de rosas y morados, un rayo de sol dejaba el camino libre para que del cielo se colgara la primera estrella.
No vería los destellos de la luna, pese a la oscuridad que precede la llegada de la noche podía observar los fiordos.
Mañana estaría contemplándolos.
Maravillosa naturaleza que recortaba con precisión la geografía del lugar.
Brazos largos intentando contener el mar o alguna lágrima cautiva.
Por primera vez sintió que ellos serían su única compañía.
Se preguntó por qué el clima helado no llegaba a quemar las hojas de los árboles, solo un ser superior conocía el secreto para mantener viva la copa de los mismos.
La bruma, un clásico del lugar lograba que el verde de las hojas mutara a un azul profundo.
No sabe cuánto tiempo estuvo allí, las gaviotas presurosas volvían a los nidos.
La única certeza que tenía es que pronto descansarían en un hueco húmedo de arena, todas las palabras que alguna vez había escrito.
Palabras enlazadas como las cuentas de un rosario que jamás llegaron a destino.
La mochila contenía una carpeta, mil hojas de papel esperaban ser sepultadas para siempre.
Los fiordos serían mudos testigos de ese momento, guardarían su secreto.
Por un instante quiso que sus manos se transformaran en pájaros aleteando sobre la virginidad de una tela, convertirse por un rato en pintora para plasmar las maravillas que eternamente guardaría en sus retinas.
Sonrió, no se imaginaba pintando, solo sabía algo de letras, atrevida creaba cuentos para compartir.
Han pasado unos cuantos años desde aquella visita a los fiordos, conservan la misma belleza.
Aturdida se acerca al lugar donde enterró sus letras.
La carpeta azul está vacía, faltan las hojas que contenían los relatos.
Los hijos ya están grandes, sigue profesando el mismo amor a su hombre de toda la vida.
La mayor encuentra un trozo de papel, el tiempo le obsequió colores sepias, solo se puede leer una palabra: Secreto.
A nadie develará que esas letras son las suyas, solo anhela que la magia de los cuentos siga existiendo.
http://www.youtube.com/watch?v=Bl6TdsHMYt8&feature=related
No comments:
Post a Comment