Sus ojos negros como el azabache tienen un dejo de nostalgia.
Los cuencos vacíos no derramarán una sola lágrima.
La soledad le duele en el cuerpo es un estigma que lo acompañará el resto de su vida
Ha recorrido muchos caminos.
Fué el hombre más feliz de la tierra cuando compartía cada día con su familia.
No existía en el mundo placer más grande que abrazarlos, agradecer cada día a la mujer de sus sueños el haberle dado tanta dicha.
Esa noche se amaron con pasión, sin imaginar aquello que vendría a la madrugada.
Sintieron varios estruendos, luces de mil colores iluminaban el cielo.
Los aviones en vuelos rasantes dejaban su carga mortífera.
No tuvo tiempo de rescatar a su familia un misil desplomó la vivienda, debajo de los escombros la guerra había sepultado a los seres que más había amado en la vida.
Caminó sin rumbo varios días.
Sediento llegó al mercado de las ilusiones de Ankara.
Miraba sin ver el trabajo de los puesteros.
Sintió cansancio, el sueño se apoderó de su cuerpo gastado.
Sueña con ella, con los días que se han ido.
Por un momento la toma en sus brazos para darle cariño.
Juntos caminan por la arena, no hay flores para regalarle solo sequía.
Escucha su voz en la lejanía, hasta puede adivinar los hoyuelos de su cara cuando sonreía.
Le cuenta de paisajes lejanos, de cantos y dichas, de lunas y soles que fueron su asidua compañía.
Ella lo escucha con atención obsequiándole el arrullo de su mirada enamorada.
Un ruido lo despierta, son los puesteros del mercado preparados para iniciar otra jornada.
Mira a su alrededor buscándola .
Está solo, se incorpora, acomodándose el turbante solo piensa en ella, eleva su mirada al cielo rogando se la devuelva.
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