Hace más de doscientos años la casa se yergue sobre los acantilados.
Las olas acarician su estructura, algunas traviesas dejan su marca salada en las ventanas.
Está intacta.
Muchos moradores han vivido en ella por breves lapsos de tiempo.
Todos cuentan la misma historia, por las noches los ruidos los despertaban.
A veces eran puertas que se abrían y cerraban.
Con los vidrios de los ventanales herméticamente cerrados las cortinas danzaban como pájaros para después aquietar el movimiento.
Revisaban la casa no había anormalidades de ninguna especie.
En las madrugadas, cuando los relámpagos que preludian las tormentas surcaban el cielo, la música de un órgano se oía en cada rincón de la vivienda.
En el momento que finalizaba la música un grito aterrador estremecía a los habitantes.
Los últimos moradores convocaron a especialistas de renombre, ellos se abocarían a revisar todos los espacios.
No dejarían nada librado al azar, hasta los cuidados canteros repletos de flores fueron observados.
La edificación no poseía sótanos o lugares donde se pudiera esconder un intruso o instrumentos musicales.
La pareja recién conformada decidió comprarla pese a ser advertida de los sucesos que ocurrían en la propiedad.
No temían a nada, el amor que los unía era tan poderoso que hacía desaparecer cualquier inquietud.
Por un tiempo todo fue silencio.
Concibieron una niña.
Meses después la recibirían con amor.
El día que nació la pequeña, regresó la música, esta vez no solo se oía cuando la luna se retiraba a dormir, podía sentirse a cualquier hora.
La chiquita descansaba plácidamente arrullada por las melodías.
Nadie se explica la desaparición abrupta de la pequeña.
Desesperados los padres la buscan todas las horas del día.
En la cuna un par de alas son el único recuerdo.
http://www.youtube.com/watch?v=rtKDxQPCG1s
Las olas acarician su estructura, algunas traviesas dejan su marca salada en las ventanas.
Está intacta.
Muchos moradores han vivido en ella por breves lapsos de tiempo.
Todos cuentan la misma historia, por las noches los ruidos los despertaban.
A veces eran puertas que se abrían y cerraban.
Con los vidrios de los ventanales herméticamente cerrados las cortinas danzaban como pájaros para después aquietar el movimiento.
Revisaban la casa no había anormalidades de ninguna especie.
En las madrugadas, cuando los relámpagos que preludian las tormentas surcaban el cielo, la música de un órgano se oía en cada rincón de la vivienda.
En el momento que finalizaba la música un grito aterrador estremecía a los habitantes.
Los últimos moradores convocaron a especialistas de renombre, ellos se abocarían a revisar todos los espacios.
No dejarían nada librado al azar, hasta los cuidados canteros repletos de flores fueron observados.
La edificación no poseía sótanos o lugares donde se pudiera esconder un intruso o instrumentos musicales.
La pareja recién conformada decidió comprarla pese a ser advertida de los sucesos que ocurrían en la propiedad.
No temían a nada, el amor que los unía era tan poderoso que hacía desaparecer cualquier inquietud.
Por un tiempo todo fue silencio.
Concibieron una niña.
Meses después la recibirían con amor.
El día que nació la pequeña, regresó la música, esta vez no solo se oía cuando la luna se retiraba a dormir, podía sentirse a cualquier hora.
La chiquita descansaba plácidamente arrullada por las melodías.
Nadie se explica la desaparición abrupta de la pequeña.
Desesperados los padres la buscan todas las horas del día.
En la cuna un par de alas son el único recuerdo.
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