Aike trabaja en la pradera cercana a la montaña.
Los climas se amalgaman.
Abajo el verde intenso de las praderas, las hierbas verdes le legan a la cintura, arriba soledad, piedras que guardan secretos insondables.
Deja por un momento pastar a los animales para mirar a los alpinistas que escalarán las paredes congeladas.
Tienen trajes vistosos, recuerda que alguien le dijo que es para ser visibles en la nieve.
Antes del ascenso cumplen con un rito, encender velas, cubrirlas con tulipas con forma de coloridos globos, en cada uno de ellos estará impreso el nombre de los escaladores.
Deben permanecer encendidas mientras dure el trayecto, hasta el regreso.
Avnar el maestro tibetano, observa al niño que ajusta su sombrero blanco para que el viento no se lo lleve.
Se acerca a la gramilla verde como las esmeraldas, invitará al muchachito a una excursión.
Feliz prepara su mochila, la idea de llegar a las puertas del cielo lo entusiasma.
Saldrán cuando aquel se tiña de celestes y rosados.
El ascenso es lento y dificultoso, las paredes son escarpadas.
Tienen los zapatos adecuados, las grampas se clavarán en las piedras vírgenes.
Bailan las siluetas al compás del silbido del viento.
A cien metros encontrarán el primer descanso.
Pareciera que la vida se ha esfumado, no se escucha ningún sonido, no hay pájaros.
Solo un águila extiende sus alas majestuosas, como queriendo adueñarse del paisaje yerto.
La nieve será el único testigo de la fabulosa experiencia.
Todo se viste de blanco .
En la inmensidad escucharán el latido de los corazones, no están muertos.
Aike tiembla, se mezcla el frío con la emoción de haber llegado tan alto.
El maestro lo cubre con su manto púrpura.
Juntos orarán por la paz en la tierra.
El viento blanco no perdona, abrazados lloran, las lágrimas se convierten en hielo transparente.
En la ladera de la cadena montañosa dos velas se apagan.
Los climas se amalgaman.
Abajo el verde intenso de las praderas, las hierbas verdes le legan a la cintura, arriba soledad, piedras que guardan secretos insondables.
Deja por un momento pastar a los animales para mirar a los alpinistas que escalarán las paredes congeladas.
Tienen trajes vistosos, recuerda que alguien le dijo que es para ser visibles en la nieve.
Antes del ascenso cumplen con un rito, encender velas, cubrirlas con tulipas con forma de coloridos globos, en cada uno de ellos estará impreso el nombre de los escaladores.
Deben permanecer encendidas mientras dure el trayecto, hasta el regreso.
Avnar el maestro tibetano, observa al niño que ajusta su sombrero blanco para que el viento no se lo lleve.
Se acerca a la gramilla verde como las esmeraldas, invitará al muchachito a una excursión.
Feliz prepara su mochila, la idea de llegar a las puertas del cielo lo entusiasma.
Saldrán cuando aquel se tiña de celestes y rosados.
El ascenso es lento y dificultoso, las paredes son escarpadas.
Tienen los zapatos adecuados, las grampas se clavarán en las piedras vírgenes.
Bailan las siluetas al compás del silbido del viento.
A cien metros encontrarán el primer descanso.
Pareciera que la vida se ha esfumado, no se escucha ningún sonido, no hay pájaros.
Solo un águila extiende sus alas majestuosas, como queriendo adueñarse del paisaje yerto.
La nieve será el único testigo de la fabulosa experiencia.
Todo se viste de blanco .
En la inmensidad escucharán el latido de los corazones, no están muertos.
Aike tiembla, se mezcla el frío con la emoción de haber llegado tan alto.
El maestro lo cubre con su manto púrpura.
Juntos orarán por la paz en la tierra.
El viento blanco no perdona, abrazados lloran, las lágrimas se convierten en hielo transparente.
En la ladera de la cadena montañosa dos velas se apagan.
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