Egresada del Teatro Colón, no tuvo suerte como bailarina clásica, no quería regresar a su pueblo, sitio que se había quedado en el tiempo donde nadie tenía posibilidades de crecer dignamente.
Los ahorros se esfumaban, debía buscar un trabajo para sostenerse.
Julián se presentó en su vida como una brisa fresca, atractivo, decía ser representante de artistas, era lo que ella necesitaba, la danza era lo más importante de su vida.
Al conocerlo una lucecita de esperanza se encendió, soñaba estar en el escenario con un vestido etéreo, las zapatillas de punta, el cabello sostenido en la nuca por una coronita de flores, con suaves movimientos entregarse a la música, parecerse a un pájaro cuando sus piernas se elevaban, recibir los aplausos, agradecerlos sonriente sosteniendo un ramo de rosas, talento y gracia le sobraban.
No tardó en compartir sus días con Julián, el tiempo transformó los sueños en utopías.
Su pareja le pedía paciencia, la relación se desgastaba con la misma rapidez que el poco dinero que aportaba.
Necesitaba trabajar para evitar las peleas, amaba a Julián con sus virtudes y defectos.
Asistió a una prueba, el aviso engañoso buscaba bailarinas de primer nivel, el sueldo cumplía con sus expectativas.
Esa noche se produciría el debut, unas horas antes un taxi pasó a buscarla.
A medida que el auto recorría las calles sentía que el corazón se enrejaba atándose a un futuro incierto.
Calles de adoquines dibujaban círculos, parecía que no llevaban a ninguna parte.
El local estaba pintado con colores fuertes, contenía las lágrimas que sepultarían las ilusiones.
El camarín compartido con otra bailarina quien rió sarcásticamente al verla.
No encajaba en ese sitio tan burdo, pese a todo decidió seguir.
Una mueca se dibujó en su rostro cuando observó el vestuario, pollera corta de raso negro con un tajo al costado que mostraba sus largas piernas cubiertas con medias de red, chaleco rojo, un tocado de plumas en la cabeza.
Se sentía ridícula con tanto maquillaje, sombra y delineador negros resaltaban la tristeza de sus ojos, la boca agresivamente roja, altísimos tacos completaban el atuendo.
Al salir a bailar recordaba las palabras de su madre, siempre le decía que la necesidad tenía cara de hereje, sentía cada palabra en su carne.
Mateo sería su compañero de baile, se dejó llevar, los aplausos coronaron la actuación.
Las noches se sucedían sin grandes novedades, Julián la esperaba en la pieza compartida, preso del alcohol, ya no tenía ánimo de iniciar discusión alguna.
La monotonía se adueñó del amor de la pareja.
Una función más terminaba, no podía disimular la atracción que sentía por su compañero de baile.
Noche de lluvia.
Necesitaba caminar para aclarar sus sentimientos.
Los relámpagos cruzaban como saetas el cielo oscuro.
El brillo de los facones se confundía con aquellos.
Dos hombres peleaban por su amor.
En las paredes descascaradas del conventillo perduran las manchas de sangre de una noche de arrabal.
http://www.youtube.com/watch?v=TkAoLBAEgSA&feature=related
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