Friday, June 25, 2010

EL LEGADO*




Hace mucho que no escribo, cambié las letras por pinceles, no me insume demasiado esfuerzo.

Puedo pintar aún cuando la opacidad se adueñe de mis ojos.

Conozco de memoria los colores, no alcanzo a percibirlos en su total dimensión.

Jamás pensé llegar a esta edad.

Recuerdo mi primer trabajo como profesor de física, nada tenía que ver con las artes que tanto amé.

Amor devotísimo, casi igual al que le profesé a mi amada Matilde.

Con ella enfrentamos el mundo de los desiguales.

Plantamos una ramita de glicinas robadas a un jardín ajeno.

Siento la fragancia de cada racimo, el lila de las flores se torna en gris, idéntico a las nubes que van cubriendo mis ojos.

Hace tiempo me asomé a la ventana, mis nietos jugaban en el jardín, los gritos no permitían me concentrara, estaba escribiendo sobre aquellos héroes que mueren en las tumbas arropados por las tinieblas.

Les pregunté a qué se debía tanta algarabía, el por qué de las voces en alto, la respuesta rápida de los entonces niños me llevaron a la realidad.

Con inocencia me preguntaron “Abuelo y vos por qué estás gritando para advertirnos de nuestra falta”.

Ese día reconocí que ellos tenían todas las libertades, bien que me fue negado cuando intentaron ponerme una mordaza.

Supe de silencios y penumbras no buscados.

Dejé que mis nietos rieran con fuerza hasta que sus risas le dieran sonoridad al cielo.

Mi compañera de toda la vida comenzaba a tener los primeros dolores de su enfermedad.

Mudé mi estudio cerca de su cuarto para atenderla.

Reconocí que era torpe para sostener a un enfermo por el que había dado todos los sentimientos, esos que nacen en el hombre cuando el amor se aloja en su alma.

No podía solo, la tristeza me aniquilaba.

Las caricias murieron en mis manos yertas cuando ella decidió subir los peldaños de la escalera que lleva al cielo.

Han pasado muchos años, la recuerdo, la sigo amando como aquel día en que plantamos en nuestro jardín las primeras flores.

La amé más que nunca cuando nacieron nuestros hijos, lloramos juntos la pérdida de uno.

Creí que la vida estaba preparada para que ellos nos despidieran, no fue así, hoy me resisto a aceptar que he perdido un hijo que era mi apoyo.

No soy un integrante de la tercera edad, asumo que la vejez se ha apoderado de mi cuerpo.

Tengo la mirada apagada, lo único que conservo joven es el amor a los míos y a la libertad de los otros.

Estoy llegando al fin de mi vida, así titulé mi último libro “Antes del fin”, titulo ampuloso si los hay, es mi legado a las generaciones futuras y a los muchos seguidores que he conseguido a fuerza de esgrimir la verdad.

No quiero vanidades en mi funeral, mi familia sabe que debe convertir mi cuerpo en cenizas.

A vos que me diste tantas satisfacciones, solo te pido que me recuerdes con el mismo cariño con el que supiste aceptar mi obra.

El universo propiciará el encuentro, la eternidad, será mi nueva cuna.

Antes de irme quisiera que sepan que aún sin conocerlos los he amado y por sobre todas los cosas los respeto.




*Un pequeño homenaje a Don Ernesto Sábato que ayer cumplió noventa y nueve años.

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