Poco se sabe de la vida del hombre solitario que habita la mansión.
Está alejada del resto de las edificaciones, como si se hubiera construido para ese ser taciturno, solitario, de belleza singular.
Todos los días del año a la misma hora, sale a caminar por la calle empedrada.
Cualquiera diría que en su andar parsimonioso y elegante cuenta las piedras grises gastadas por el escaso tránsito y el paso del tiempo.
Consulta su reloj es hora de visitar al dueño del barcito, éste lo recibe con una sonrisa, sin preguntar, sabe que deberá acercarle un cortado y el periódico.
Hojea el diario, observa los titulares que hace mucho tiempo son repetitivos lo dobla con prolijidad.
Antes de devolverlo lee los avisos clasificados quiere constatar si algún coleccionista desea vender un reloj que la casualidad haya repetido.
En el celular anota un número telefónico.
Sobre la mesa deja el dinero de la consumisión .
Saluda con un movimiento de cabeza.
Los jardineros han concluido su trabajo, el césped parece una alfombra.
Las glicinas que adornan la entrada obsequian color y perfume.
Antes del almuerzo pasará por la sala principal, alineados los relojes esperan ser ajustados.
Es en el único momento que se escucha la voz del hombre.
Habla con ellos como si fueran personas, cada uno marcó un suceso importante de su vida.
Al salir del salón se comunica con el número que sacó del diario.
Concreta una entrevista para la tarde.
El reloj que quiere agregar a su colección es majestuoso.
Tallado en oro, en el interior contiene una figura femenina rodeada de minúsculas flores.
Una tapa de cristal la protege.
Extiende un cheque a nombre del vendedor.
Enciende su pipa, por última vez controlará llaves y cerraduras, como siempre se despedirá de sus relojes.
Se acuesta pensando que tiene que comprar una mesa nueva para apoyar la reciente adquisición.
Duerme profundamente, quien sabe qué sueños dibujan en su cara la mueca de una sonrisa.
Despierta sobresaltado, los ruidos que escucha parecen haberse originado en la sala de relojes.
Cubre su cuerpo con una bata.
Aparentemente todo está en orden.
Siente dos brazos que rodean su cuello, huele el suave perfume, los acaricia con sus dedos, los recorre con sus labios.
Las bocas se unen como antes cuando vivía su esposa.
Los canales de televisión esperan noticias sobre la misteriosa desaparición del coleccionista.
El ama de llaves declara durante varias horas, un fragmento de la declaración dice textualmente "El señor esta tarde compró un reloj de mesa muy fino, recuerdo que tenía la silueta de una bella mujer.
Esta mañana fui al escritorio a servir el desayuno, debajo de la tapa de cristal, encontré los contornos de dos cuerpos amándose”.
Las señales de cable imprevistamente son cortadas.
Los amantes, sin interrupciones terrenas, estarán juntos hasta la eternidad.
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