Hace años que la llaman de distintos lugares.
Pese a su juventud es una experta restauradora de cuadros.
La experiencia adquirida le permite trabajar en lugares públicos o pinacotecas privadas.
Esta vez deberá reparar la imágen de la virgen de la Candelaria que está en la Catedral de una ciudad lejana.
La restauración demandará varios días de trabajo.
Sabe por conversaciones telefónicas que el clima del lugar es benévolo.
Desiste de albergarse en los hoteles de la zona, prefiere que le alquilen un departamento cercano a la iglesia.
Lista para partir.
En el avión mira las imágenes que le han enviado, sonríe satisfecha, ha encontrado varios detalles para arreglar.
Concluidos los trámites en migraciones busca un taxi, directamente irá a la Catedral.
Le pide al chofer que la espere, solo quiere presentarse, acordar día y hora en que comenzará a trabajar.
La monjita la recibe con un cálido abrazo, en sus bolsillos guarda las llaves de la sacristía, el cuadro de la virgen está a un costado del altar principal.
Traviesos los rayos de sol juegan con los colores de los vitreaux de la bóveda de la capilla.
Los niños del coro están ensayando, parece que los ángeles cantaran, el sonido de las voces la estremece.
Mañana comenzará la restauración solicitada.
Le indica al chofer del taxi la dirección del departamento, tiene la ubicación que había pedido. Desde los ventanales observa el mar, majestuosa se yergue la cordillera después del almuerzo realizará una caminata para recuperar energía.
Esta noche preparará su mochila, el guardapolvo protegerá su ropa de la pintura.
Ordena los pinceles, pomos con diversos tintes, en el estuche la lupa que será su otro ojo, el que pueda ver las imperfecciones más pequeñas.
Ahora la iglesia está en silencio, está segura de poder entablar una conversación con la imágen de La Candelaria.
Mientras restaura le habla, sonríe como si recibiera respuestas, comenzará su trabajo con el manto de la niña que sostiene la virgen.
En la paleta mezcla los matices.
Logrado el color del crepúsculo comienza a darle forma a su trabajo.
Las manos de la restauradora se deslizan como mariposas sobre la tela.
Los días transcurren tranquilos, por las noches recibe el llamado de su familia, los escucha contentos.
Mañana terminará su trabajo.
Las monjas la despedirán con alegría, ofrecerán un almuerzo, posteriormente el capellán de otro distrito dará misa.
A los pies del cuadro de la virgen las flores regalan su perfume.
Al final de las oraciones los asistentes aplauden a la restauradora, sobre su pecho luce una medalla de la congregación.
Se despide con la humildad de los grandes artistas.
Percibe que dejó una marca indeleble.
En su corazón guardará para siempre las caras de esos seres amables que la acompañaron durante su estadía.
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