Te conocí una mañana de estío, protegías tus cabellos renegridos con un sombrero.
El pulcro vestido de algodón blanco ocultaba tus curvas, hacía que imaginara que eras una trabajadora más que cosechaba la siembra.
Deslumbrado pedí conocerte, ahí supe que eras una mujer de la alta sociedad tibetana, que te gustaba mezclarte con los que trabajan la tierra para controlarlos.
No pensaba que tu linaje te haría perder la posibilidad de conocer nuevas sensaciones.
Bajo el árbol de cerezos te declaré la pasión que embargaba mi alma.
Altiva, arrogante me invitaste a la mansión que habitabas, tanto lujo se contradecía con el resto de los que habitaban la población.
No me importaba que gozaras sometiendo al más débil, mi obsesión era compartir una noche de amor.
Estaba seguro que mis caricias podrían hacerte conocer el mundo de los terrenales.
Pretendía que fueras una mujer capaz de reír o llorar, emocionarte ante el sabor de un beso.
Acepté la copa de burbujeante champagne, estabas hermosa enfundada en tu vestido traído de occidente.
Los acordes musicales acompañaban en el encuentro.
Tu mirada gélida no me intimidaba.
Absorto contemplaba la mueca de tu sonrisa, el color de tu rostro pálido apenas maquillado.
Recorrimos los amplios jardines, otra ver el árbol de cerezos sería testigo de tu propuesta.
La fragancia de las flores se acentuaba con el manto nocturno que las cubrías.
Por vos escalé el Everest, quería llegar a la cima del cielo para que entendieras que estaba dispuesto a entregarte todo.
Jamás en mi vida había escalado una montaña.
Estaba cegado.
Nunca sabrás si el miedo de caer al vacío se apoderaba de mi mente, tenía que llegar para demostrarte que podía.
Hicimos cumbre con otros alpinistas.
El paisaje era fascinante, tuve la oportunidad de descolgar una estrella para regalártela.
Una noche sentí la presencia de un ser superior, allí comprendí que el amor no se impone, se da sin condiciones.
Te deseo que tengas muchas noches cargadas de pasión, para mi vida no necesito más que una mujer que sepa acompañarme.
El pulcro vestido de algodón blanco ocultaba tus curvas, hacía que imaginara que eras una trabajadora más que cosechaba la siembra.
Deslumbrado pedí conocerte, ahí supe que eras una mujer de la alta sociedad tibetana, que te gustaba mezclarte con los que trabajan la tierra para controlarlos.
No pensaba que tu linaje te haría perder la posibilidad de conocer nuevas sensaciones.
Bajo el árbol de cerezos te declaré la pasión que embargaba mi alma.
Altiva, arrogante me invitaste a la mansión que habitabas, tanto lujo se contradecía con el resto de los que habitaban la población.
No me importaba que gozaras sometiendo al más débil, mi obsesión era compartir una noche de amor.
Estaba seguro que mis caricias podrían hacerte conocer el mundo de los terrenales.
Pretendía que fueras una mujer capaz de reír o llorar, emocionarte ante el sabor de un beso.
Acepté la copa de burbujeante champagne, estabas hermosa enfundada en tu vestido traído de occidente.
Los acordes musicales acompañaban en el encuentro.
Tu mirada gélida no me intimidaba.
Absorto contemplaba la mueca de tu sonrisa, el color de tu rostro pálido apenas maquillado.
Recorrimos los amplios jardines, otra ver el árbol de cerezos sería testigo de tu propuesta.
La fragancia de las flores se acentuaba con el manto nocturno que las cubrías.
Por vos escalé el Everest, quería llegar a la cima del cielo para que entendieras que estaba dispuesto a entregarte todo.
Jamás en mi vida había escalado una montaña.
Estaba cegado.
Nunca sabrás si el miedo de caer al vacío se apoderaba de mi mente, tenía que llegar para demostrarte que podía.
Hicimos cumbre con otros alpinistas.
El paisaje era fascinante, tuve la oportunidad de descolgar una estrella para regalártela.
Una noche sentí la presencia de un ser superior, allí comprendí que el amor no se impone, se da sin condiciones.
Te deseo que tengas muchas noches cargadas de pasión, para mi vida no necesito más que una mujer que sepa acompañarme.
No comments:
Post a Comment