El micro lo deja en la terminal , desciende con pasos cansinos, nada está igual.
De la antigua estación de ómnibus solo queda una garita donde se compraban los boletos, hoy es utilizada por personal de seguridad con moderno equipamiento.
Espera le entreguen la vieja maleta, mientras tanto observa sin mirar.
Han pasado treinta años de la última vez.
Recorrerá el barrio que lo viera nacer.
Aturdido mira casas que ya no están, los nuevos edificios tienen una altura imponente.
Lentamente dobla la esquina, el horror se pinta en su rostro, la casa vieja, la que compartiera con sus padres es un montón de escombros, han sobrevivido las enredaderas, un bugambilia color carmesí y la glicina, ambas resisten morir, permanecen abrazadas al resto de las columnas que en poco tiempo la topadora derribará, el resto es destrucción.
Recuerda la noche de junio de mil novecientos setenta y nueve, eran épocas difíciles para los que llevaban una vida noctámbula.
Buscaba la manera de divertirse con sus amigos, botellas de licor y el perfume barato de una ocasional mujer.
Regresaba a su casa con bastante sobriedad, en ese instante advirtió que un auto lo seguía, el corazón brincaba en su pecho preso del temor.
Los ocupantes del vehículo bajaron, les rogó, imploró que no entraran a la casa de sus viejos, a cambio iría con ellos.
Solo pidió entrar unos segundos a buscar un poco de ropa.
La habitación de los padres estaba iluminada por la tenue luz de una vela contenida en un vasito.
Los viejos dormían abrazados como la primera vez, moría por darles un beso, no los despertaría, no quería asustarlos, sus ojos llorosos les regalaron una mirada interminable, la caricia que no pudo ser.
Nunca supo que comenzaría el horror, tampoco por qué era sometido a torturas.
Una noche decidió escapar, la suerte lo acompañaría, corrió sin rumbo durante horas, quería alejarse, no mirar hacia atrás.
El amanecer lo encontró en un sitio rural, un hombre al verlo desfalleciente lo cargó en un viejo tractor.
Le dio ropa para que se cambiara, limpio, rasurado parecía otra persona, le contó su historia.
Conmovido, su interlocutor le ofreció albergue hasta que todo se tranquilizara.
Aprendió a labrar la tierra, trabajaba con ahínco, Juan era el hermano que no tuvo.
Rezaba por sus padres, abrigaba la esperanza de volverlos a ver, jamás se había comunicado con ellos.
Hoy al mirar los escombros, las lágrimas brotan sin cesar, tuvo la sensación de morir por segunda vez.
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