Las posibilidades de establecerse en las grandes ciudades eran escasas para la novel pareja.
Querían lograr independencia, para ello era necesario despegar como los pájaros de las alas protectoras de los padres, formar una familia desde el inicio, con esfuerzo y trabajo.
Los dos tenían, amor, fé y convicciones, con eso alcanzaba para comenzar.
No tendrían viaje de recién casados, los invitados sabían de sus ilusiones, en el festejo acercaron sobres que contenían dinero.
Juan les cedió un terreno ubicado en un lugar alejado, no les importó que en el sitio faltara todo.
Entre los dos construirían el destino.
El predio estaba cerca de un río tranquilo, aprovecharían sus aguas que daban vida a fabulosos árboles que regalaba la naturaleza.
Confiados en un valor que pensaban no estaba perdido, edificaron una humilde vivienda.
El lugar solitario una vez por semana era visitado por camiones que traían agua potable, llenaban tanques y recipientes para subsistir siete días.
Los sábados caminaban varios kilómetros para reunirse con los habitantes de otros poblados que estaban en idénticas condiciones.
Nada representaba un escollo, los enamorados creían que en algún momento llegarían las famosas cañerías prometidas, soñaban con abrir las canillas para escuchar el canto cristalino del agua.
Llegaron los hijos.
Las dificultades que atravesaban no impidieron que los niños puntualmente concurrieran a la escuela.
Las promesas de agua potable se sucedían, cada vez más espaciadas, distintas voces hacían renacerla.
Ellos se aferraban a los valores que transmitían a sus hijos, el honor de la palabra, la familia.
La mano del hombre llegó a transformarse en enemigo.
Sin piedad con ambición, humanos carentes de conciencia, en modernos vehículos cargaban el producto de la tala de los árboles.
Implacable llegó la lluvia, apagó el verdor de lo poco que quedaba.
Ella estaba preparando el almuerzo, creyó que el cielo gritaba convirtiéndose en trueno.
Saetas violetas surcaban el firmamento.
Sintió miedo.
El instinto le dijo que debía alejarse.
En un bolso cargó algunas pertenencias.
Como pudo descolgó el crucifijo que estaba sobre la cama.
En pocos minutos el lodo transformaría la casa tan blanca, agradeció que sus hijos estuvieran en la escuela.
El río mutó, ahora era furioso torrente, arrasaba todo.
Una vida de trabajo había quedado hundida en el barro, supo que el agua no era símbolo de vida sino señal de muerte.
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