Se acercó un poco más y me susurró en tono confidencial, desde ahora compartiremos un secreto, en el recreo te doy más detalles.
Las dos amigas se confundieron en un abrazo, concurrían juntas a la escuela.
Si bien las divisiones la separaban durante las clases, los espacios libres de profesores y celadores las hermanaban.
La hora de matemáticas parecían un elástico, la profesora bombardeaba a sus alumnos con ecuaciones y ejercicios interminables.
La voz monocorde propiciaba algún bostezo.
Consultaba el reloj para encontrarse con su amiga, las agujas parecían haberse detenido.
Quería contarle que el chico que todos los días paseaba en moto por las cercanías del colegio, la había invitado a tomar un refresco.
Todas las jovencitas alababan al desconocido, era un poco más grande que ellas.
Ninguna podía negar que le hubiera gustado recibir la caricia de su mirada de cielo.
Eugenia llegó en horario a su casa, terminado el almuerzo le pidió permiso a su madre para salir un rato con la promesa de llegar temprano y dedicarse a la tarea encomendada.
Cambió el uniforme por un jean, no le gustaban las remeras que tenía a todas le encontraba un defecto inexistente.
Corrió al cuarto de su hermana mayor, le pediría la musculosa que tenía una mariposa bordada con coloridas lentejuelas.
En el primer encuentro Elio se mostró distraído, ella lo miraba arrobada.
Le contaba sus cosas, él sonreía.
Era parco a la hora de hablar o mostrar sus sentimientos .
La acompañó hasta la puerta de la casa, en dos días volverían a verse.
Saludó a su mamá con un beso, corriendo subió las escaleras, se conectaría con su amiga para contarle detalles de la cita.
Ligia le pedía que se cuidara, no le gustaba la apariencia del muchacho.
Contrariamente a lo que suponía, él la esperaba a la salida de la escuela, otra vez la cafetería sería testigo del encuentro.
Eugenia se sintió molesta, él preguntaba sobre los movimientos de la institución sin prestar demasiada atención a la conversación que mantenía con la chica.
La llovizna caía tenue desdibujando el paisaje, caminó por las calles que la separaban del colegio.
Llamó su atención ver la moto de Elio apoyada sobre el tronco de un árbol.
Un escalofrío recorrió su espalda, el terror se apoderó de su alma al escuchar una ráfaga de ametralladora.
Las sirenas de las ambulancias cortaban el silencio.
Al día siguiente los titulares de los diarios contaban en primera plana el ataque sufrido en la escuela, la cantidad de víctimas.
Lloraba sin consuelo, había perdido muchos amigos.
No escuchó el timbre, en la puerta la esperaba Ligia, unidas en un abrazo fraterno volvieron a sellar la amistad en un marco de dolor.
La vida les dio la oportunidad de seguir caminando juntas el mismo sendero.
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