Salgo de la ciudad, quiero encontrar un sitio alejado del
ruido.
A pocos kilómetros se encuentra el puerto, es un lugar que
acumula historias.
Estaciono el auto en las cercanías, quiero caminar por ese
lugar tan pintoresco, lleno de vida y de fantasmas del pasado.
Algunos puestos bajan las lonas, han vendido toda la mercancía.
Muchos me saludan con afecto como si me conocieran desde
potras vidas, a todo les retribuyo con una amplia sonrisa.
Esperanza está sentada en un banco al lado de su puesto, sus
ojos piden compañía.
Me cuenta que es la última en irse, a su lado un perro negro
parece dormido.
Diligente me pasa unas recetas para cocinar el pescado más
sabroso, le prometo volver algún día no lejano.
Han pasado varios años dl encuentro, el paisaje no ha
cambiado, el lugar que ocupaba Esperanza está vacío, solo una flor la recuerda,
el resto es piadoso silencio.
El puestero contiguo es un hombre que habla con sonrisas u
silencios que guarda en su alma.
Me cuenta que Esperanza se ha ido, a nadie le dijo hacia
donde dirigía sus pasos, se fue callada como había sido toda su vida.
El hombre con maestría desespina variedad de peces, quedo mirándolo
un largo rato, es dúctil con sus manos quemadas por el sol o el frío.
No me dará información sobre el destino de Esperanza, me
cuenta que llegaba a la banquina del
puero cuando las luces del alba aparecían en el cielo.
Orgullosa señalaba el barco pesquero de su marido.
En uno de los laterales con letra amorosa estaba el nombre
de ella.
Era la última en irse, siempre esperaba a los pescadores, el
rojo y amarillo en medio del océano le indicaban que Salvador estaba cerca.
Hasta el perro que parecía preso del más profundo sueño se
erguía, movía el rabo para darle la bienvenida a su dueño.
Así pasaban los días.
Entre todos los pescadores construyeron un lugar pequeño, un
sitio donde pudieran orar por los que se alejaban en búsqueda de las riquezas
del mar.
La congoja impide que el hombre siga hablando, con las manos
se seca el llanto que no se detiene.
Me alejo en silencio, quiero buscar el sitio donde se alojan
los recuerdos, los rezos, las palabras de los que quieren y creen que todo es
posible.
La pequeña iglesia no tiene puertas.
El altar fue erigido entre maderas, hay profusión de
rosarios, cruces, estrellas y fotografías de los que ya no están.
Entre todas las imágenes está la foto del perro negro, partió
de allí cuando a sus dueños se los llevó la vida.
No quiso beber el agua que le acercaban grandes y chicos.
La foto lo muestra tal como era, un animal noble, el brillo
ausente en el pelaje lo tenía en la mirada.
Fiel como pocos se dejó morir en el mismo sitio donde
recordaban a sus amos.
Falto de caricias como aquellas que le prodigaban sus legítimos
dueños prefirió ascender una escalera infinita que lo llevara cerca, muy cerca
de Esperanza y su marido.
El cielo es el refugio de los humanos, también de las
mascotas que se portan como ellos.
http://www.youtube.com/watch?v=wb9wUtAJ5es
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