No deseaba quedarme inmóvil en un sitio, necesitaba las alas
que alguna vez había tenido para continuar mi derrotero.
Mi voluntad era como las vías abandonadas de una red
ferroviaria, vías que me habían llevado a recorrer paisajes soñados.
Podía recordar que había recorrido todos los paisajes..
El solitario lugar lejos de amedrentarme otorgaba fuerzas
desconocidas, si no tenía alas para volar libre como los pájaros, las
convicciones guiarían cada paso.
Bajé de un andén imaginario, antes de hacerlo observe por última
vez la vieja estación.
Se conservaba como antaño, paredes blancas, ventanas de
color verde donde alguna vez alguien con piedad había colgado maceteros repletos de flores, flores multicolores
o+regalaban frescura y fragancia.
El techo de tejas rojas estaba preparado para soportar las
nevadas típicas de la zona, ignoraba si
toleraría la pesadez de mis pensamientos.
Pensamientos atraídos por sentimientos encontrados, en ese
instante no pude discernir entre lo bueno y lo malo.
No supe distinguir los halagos del dulzor de las palabras
prefabricadas.
Palabras que a veces legaban y otras se perdían en la
virtualidad de caminos tan inciertos como desconocidos.
Sabía, creía que nadie es tan bueno como parece ni tan malo
como para que los sentimientos adversos aparecieran.
Debía caminar mucho para despejar los pensamientos que cual
nubes plomizas querían apoderarse de mi alma.
Tenía la certeza de resistir hasta que un nudo en la
garganta trajera una catarata de lágrimas.
Por esas vías no había tránsito, sin mucho esfuerzo podía oír
los sonidos del silencio.
Comencé la caminata.
Comprendí que el peor mal que puede aquejar a un ser humano
es sentirse solo, orfandad que no se busca, viene sin que la llamen.
Me detuve a mirar las gramillas que creían cerca de los
alambrados que separaban las vías de una ciudad fantasma.
Crecían solas, sin que nadie las cuidara, pese a ello las
flores de cuatro pétalos eran tan
simples como bellas.
Tomé una piedra para marcar cada durmiente de madera que
pasaba.
Ignoro cuanto tiempo caminé, detuvo la marcha un durmiente
resquebrajado, por el paso del tiempo, frágil se rompía al tacto de mis manos.
Curiosamente el pedregullo característico que separa a uno
del otro era un espacio vacío.
Sigilosa me arrodillé para mirar mejor, imposible calcular
la profundidad de un abismo oscuro, la mirada no podía atravesar semejante
profundidad.
Entendí que no tenía muchas posibilidades, calculé el salto
que hubiera tenido que dar para llegar a otra madera sana, parecía nueva,
intacta.
Más adelante un túnel oscuro, tal vez fuera como otros, no
era el momento de investigar si al final del recorrido encontraría la luz suficiente
para iluminar mi destino.
Decidí regresar sobre mis pasos, no era el momento de
comenzar un nuevo desafío.
El paisaje se repetía.
Flores pequeñas a los lados, las espinas de algún cardo,
sobre el tallo erguido una flor de color lila igual a los colores del cielo
cuando la tarde le da paso a la noche.
Nocturno esplendoroso propiciando el encendido de las
estrellas, nocturno cobijando los destellos de la luna.
Quizás mañana regrese, quizás no lo haga, elegir el camino
es difícil, no quiero que la soledad sea mi única compañía.
http://www.youtube.com/watch?v=R_C_qCG77oI
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